Pero en otra totalmente diferente. En la de sacar muelas. Hacía tiempo que no soñaba con que se me caían los dientes. Sueño recurrente donde los haya, pero hacía tiempo que no tenía esa amarga sensación. Hasta esta noche, en la que he tenido que acudir a una blanca, impoluta y fría clínica para arreglar el estropicio.
Sin dientes, pero con una muela infectada. Y cuál es mi sorpresa cuando el dentista que se encarga de arreglarme la boca y sacarme la única muela que me queda es Carlos Herrera. Le pregunto extrañada y me cuenta que no sólo es periodista; dos tardes a la semana trabaja en su otra profesión, la de odontólogo. Y yo me lo creo y tengo un sueño dentro otro sueño, porque con la anestesia me quedo dormida y me traslado a una playa de aguas cristalinas (quizás influenciada por la noticia reciente de las banderas azules que hemos conseguido).
No me duele la boca, tengo dientes, estoy en la playa, tumbada en una hamaca, no hace ni frío ni calor, y alguien me trae un refresco, alguien que resulta ser Carlos Herrera. ¡Qué obsesión por Dios!
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