Estoy enganchada al fitness. Y no soy la única. Es una realidad que existe un amplio sector de la sociedad al que le ha picado el “bichito” de las pesas, el pilates y el body pump, por citar algunos ejemplos. Debí empezar a sospechar que no era la única cuando Don Decathlon se volvió tan familiar o cuando cada día aumentaba la cifra de runners (corredores que ahora se llaman runners) en las calles. Lo de los corredores y viandantes varios en mallas lo comparo al fenómeno zombi de “The Walking Dead”; se multiplican cada día.
Dejo para un sociólogo acreditado las razones de este fenómeno. No les voy a preguntar a mis entrenadores si han notado como su profesión ha adquirido un interés notorio o no es algo nuevo. Tampoco voy a buscar en Internet artículos sobre el particular porque para particular mi caso, y si acaso os podéis sentir identificados. Sólo contaros que la traducción del término “fitness” es “aptitud”, que la RAE no lo ha admitido todavía como “palabro” (será cuestión de tiempo), y que la definición en la enciclopedia de la salud es la siguiente:
«Actividad física y muscular realizada de forma repetida (varias veces por semana) que tiene el objetivo de que nos sintamos mejor, tanto física como psicológicamente. Se realiza en un gimnasio que tenga sala de musculación. En fitness también se cuida la alimentación y se supervisa la salud».
Mi objetivo al comenzar a practicar fitness fue más psicológico que físico. Es un complemento perfecto para la actividad a la que me dedico, la escritura, tan tendente a la introspección y que te hace pasar muchas horas sola frente al ordenador. Escribir es una terapia contra la nostalgia y la obsesión, pero es un arma de doble filo. Me desahogo vomitando palabras pero también sudando. Y de paso voy sudando el cansancio, la rebeldía de la niña adolescente, la falta de sueño del bebé (y en consecuencia la mía)… Desde que practico deporte organizo mejor mi tiempo e incluso escribo más.
Mi objetivo al comenzar a practicar fitness fue más psicológico que físico, pero ojo, esos brazitos moldeados no están “pagaos con ná”. Una está tan contenta con su caso particular que cuando ve anuncios en televisión que hablan de superar la crisis de los cuarenta con ir al gimnasio (léase Nescafé) se da cuenta de que forma parte de un auténtico topicazo. ¿Será eso entonces, que estoy inmersa en la crisis de los cuarenta? ¿Será por eso que me estoy planteando hacerme un piercing en la lengua?
Acabáramos, pues si esa es la razón, que dure mucho esta crisis. Y ahora me voy a comprar conjuntitos de colores chillones, ¡viva el cliché!
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