Desde que me di cuenta de que lo único que tenemos son la preguntas, ya no me hago demasiadas preguntas. Todas las contesto con la misma respuesta: «No lo sé». No lo voy a averiguar, no en este mundo.
Ayer estuve en la playa, tenía los pies en alto en un mar verde y estuve pensando en ello. Un buen baño que me recordó varias reflexiones: Quizás («no lo sé») somos producto de la educación que recibimos, pero la educación es lo más voluble que tenemos cuando somos adultos, ésa se puede cambiar. Somos producto de la cultura y generación que hemos vivido, ésas son más difíciles de desincrustar. Y somos animales de impulsos, aunque a mí las emociones me gusta canalizarlas y darles un sentido intelectual. Somos seres sociales, y culturales. Pretender algo más es puritita soberbia.
«¿Y ya está?». Me dio cierto vértigo no sentir vértigo. Y como tal, soñé con el vértigo. Me dio vértigo la nada, y me acordé del paso del tiempo y de ti papá. ¿Cómo se vive sin padres? ¿Y sin hermanos? ¿Y con tanto pasado? Y cogí todo ese pasado y visualicé la imagen de un viejo marinero, con una pulsera de cuerda en la muñeca gastada por el mar. Y se me pasó el vértigo. Te voy a regalar una pulsera con alguna concha de las que rescato en mis mejores baños.
Estoy escribiendo estas palabras y te tengo frente a mí, y escucho la versión de Caetano Veloso de «Cucurrucucú, paloma» para Hable con Ella. A ti que te gusta Almodóvar; te la dedico. No llores.
Vamos a saborear el salitre de la pulsera. Cuando más gastada esté, mejor.
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