Archivo de la categoría: Artículos

Propósitos de Año Nuevo II

tilde

El año pasado escribí un artículo llamado «Propósito de Año Nuevo» nada más comenzar enero. Y no es la primera vez que lo hago, también escribí otro titulado «1 de enero de 2014».

Para no gustarme los propósitos de Año Nuevo y pensar que el 1 de enero es el día más tonto que hay, no cejo en el empeño de hacer algún que otro balance los primeros días del año.

Aquí me tenéis en el recién estrenado 2019 frente al teclado con necesidad de contaros algo, como siempre por si os sentís identificados, sobre esta necesidad de hacer balances.

He releído el artículo del año pasado y terminaba así:

Yo por mi parte voy a seguir siendo feminista (y subiendo). También estoy intentando que se me escuche más, sin dudas ni inseguridades; así parezco un poco más antipática, pero qué más da (…) Soy periodista desde que tengo uso de razón. No renuncio. (…) Y lo que no me gusta no me gusta, y no me esfuerzo porque me guste nunca más, que ya tenemos una edad. Y lloro, lloro sin complejos desde hace muchos años nuevos. Y soy muy fuerte, de eso soy consciente desde hace menos.

El feminismo intacto (y subiendo). Me hago escuchar, y no siempre tiene uno que ser antipático al dar su opinión. Aunque desconcierta a los que te rodean, sobre todo cuando no están acostumbrados. No renuncié y me he vuelto a subir a mi tren favorito, el del periodismo. Ando subiendo peldaños poco a poco y aspiro a acercarme a mis pasiones profesionales, despacito y con buena letra. Ahora casi no lloro, ando anestesiada, nunca pensé que iba a tener tan poca necesidad de llorar, que no motivos.

¿Qué os cuento? Nada que os divierta, como superar varias vicisitudes como madre, haber tenido mis momentos bajos, haberlos superado, hacerme fuerte y más fuerte.

¿Qué os cuento? Que no voy a hacer planes, los planes vienen solos. Os cuento que he hecho otro descubrimiento este año que termina, y es que me he reencontrado con la libertad. A veces siento que no dispongo de mi tiempo, ¿no os ocurre lo mismo? Pero soy totalmente libre cuando leo, mis libros me producen libertad. Soy libre cuando escribo (eso ya lo sabía), y soy libre cuando me siento con mi marido en el sofá y me bebo una cerveza (aunque la tenga que interrumpir varias veces a la llamada de «¡mamáaaaa!»). Soy libre cuando elijo y pienso, y soy más consciente que nunca de que es un privilegio. ¡Qué mundo éste en el que cada vez elegimos menos y pensamos menos!

Bueno, tengo un plan, y es que os voy a dar la lata con las tildes, que no ponéis ni una. Pobrecitas las tildes, abandonaditas. Asumo (de mala gana) lo de las exclamaciones e interrogaciones al principio de las frases, que acabarán desapareciendo. Pero, ¡escribid bien, panda de perezosos!

De política ni hablamos, ¿no?


Ausente

Cuanto más leo más me ausento. Me gusta esa sensación, aunque mis hijos me reclaman. Yo les digo: «Seguid leyendo».


¿Puede un libro cambiarte la vida?

cosas_2

No me refiero a los libros de autoayuda. No soy muy fan de ellos, tengo que reconocerlo. Pese a algunos intentos de mi hermano porque lea alguno, me asomo a ellos con tal escepticismo, que es difícil que termine los primeros capítulos.

Me centro en la literatura. ¿Puede la lectura de un libro cambiarte la vida? Desde hace pocos días, esa pregunta me tintinea en la cabeza, después de prestarle a mi hija adolescente «El guardián entre el centeno» (Salinger). Como ella es ávida lectora, a mí me gusta, cuando creo que llega el momento de abrirle las puertas a algún libro mítico, dárselo acompañado de toda la parafernalia posible. Le digo: «Ha llegado el momento de que leas un libro clave, vas a alucinar, etc.».

Con «El guardián entre el centeno» me mostré tan entusiasta que llegué a decirle: «Con este libro vas a experimentar un antes y un después». Luego me quedé pensando si realmente este libro me marcó tanto a mí. Y creo que, pese a que es de mis títulos favoritos, que además está narrado de una forma que tanto busco como lectora, y pese a pensar en Holden de vez en cuando, realmente no. Me dejé llevar por el halo que envuelve «El guardián entre el centeno», que por cierto, a mi lectora favorita de trece años le está entusiasmando.

Seguí pensando en que también los libros marcan en función de la edad en que los leas. En el colegio leer «Nada», de Carmen Laforet, sí que provocó en mí un antes y un después, por ser capaz de recrear un ambiente que puedes oler y palpar con palabras. Aunque ya había leído mucho, es la primera vez que fui consciente de que con las palabras se puede hacer algo más que escribir.

¿Y en la Universidad? Allí descubrí a Virginia Woolf. El primer libro que me leí de ella fue «Miss Dalloway» aunque mi preferido es «Las olas». No lo compré, lo pedí prestado en la Biblioteca de la Universidad,  y llené de anotaciones cada página. Debí quedarme ese libro, pero como siempre he sido muy formal, lo devolví a su debido tiempo, eso sí, lleno de anotaciones. A veces me pregunto si en la Biblioteca de la Universidad de Navarra anda perdido por ahí un viejo ejemplar de «La señora Dalloway», con mi letra estampada en cada página.

Pero, ¿sabéis que libro me provoca un nudo en el estómago cuando lo recuerdo? «Las cosas que llevaban los hombres que lucharon», de Tim O´Brien. ¿Es el mejor libro del mundo? En absoluto, pero cómo influye el momento en el que lees un libro: formándome como periodista, con mi vocación en plena ebullición. De esta forma, un libro que repasa la experiencia en la guerra de Vietnam del autor, me cambia para siempre.

En ese momento me cautivó la capacidad de expresión de O´Brien para contar lo que quería. Utilizar la repetición para lograr un efecto, y lo concreto e incluso la cotidianeidad para describir sentimientos universales. Desde entonces me intereso por una narrativa que no sólo cuente una historia, sino que tenga una clara intencionalidad expresiva. Narrativa poética, prosa poética se puede llamar, a veces seca, cortante, pero la busco a la hora de leer y de escribir. Ese camino lo he mantenido hasta hoy.

Pero insisto, ¿ese libro cambió mi vida? ¿O me marcó porque era lo que andaba buscando, con mi personalidad ya fijada?

¿Puede un libro cambiarte la vida?

 

 


Propósitos de Año Nuevo

homeland

No sé por qué tengo la costumbre de escribir Año Nuevo con mayúsculas. «¡Feliz Año Nuevo!», escribo a mis amigos por whatsapp. Será porque lo considero un momento importante digno de ser tomado como «mayuscular» (me encanta inventarme palabras).  A lo mejor por aquello de estrenar libreta nueva, con las hojas limpitas, sin tachones.

Pero ay de los propósitos. Es tentador hacer propósitos en año nuevo (se acabaron las mayúsculas), pero yo este año no he hecho ninguno. Cuando alguien de mi entorno comenta: «No me voy a fumar ningún cigarro este año», «me voy a centrar en el día a día» o «voy a ser más proactivo», yo me callo y me río por dentro, y de paso pienso: «´Ojú´, con la proactividad de las narices». Porque yo he llegado a las conclusiones pertinentes sobre lo que quiero cambiar en mi vida, sobre lo que quiero quitar, lo que quiero reafirmar, sobre lo que soy, hace ya varios meses, varios años en realidad.

Pero es verdad que no he sido tan consciente de ello como ahora, en año nuevo. Para ser justos fue en diciembre, después de  una conversación con alguien que me conoce muy bien. Me dijo: «Todo el mundo creyendo que estabas loca y al final tenías razón». Y luego me comparó con el personaje de Claire Danes al principio de «Homeland» por lo mismo, lo cual no me hizo tanta gracia porque ese personaje lo veo un poco histriónico, la verdad (podéis reíros).

Y he aquí que este texto no es una mirada al ombligo, sino que quiero compartir estas reflexiones con vosotros por si os sentís identificados o las queréis aplicar. Probad a tened como propósito de año nuevo no tener ningún propósito de año nuevo.

Yo por mi parte voy a seguir siendo feminista (y subiendo). También estoy intentando que se me escuche más, sin dudas ni inseguridades; así parezco un poco más antipática, pero qué más da (ser antipática me cuesta un poquito más, aunque en mi casa regañando lo bordo). Soy madre, pero también periodista y no sólo por el título, soy periodista desde que tengo uso de razón. No renuncio. Y me visto con colores cada vez más vivos, desde hace tiempo. Y cada año lo intento, invento y me reinvento. Y lo que no me gusta no me gusta, y no me esfuerzo porque me guste nunca más, que ya tenemos una edad. Y lloro, lloro sin complejos desde hace muchos años nuevos. Y soy muy fuerte, de eso soy consciente desde hace menos. «Todo el mundo creyendo que estabas loca y al final tenías razón».

Sigo soñando.


Soy escritora pero me expreso como el culo (Oops, perdón)

Cuando escribo encuentro siempre las palabras que necesito, pero pobre de quien quiera mantener conmigo una conversación.

caras

Tengo facilidad para escribir, es un don. Lo haré mejor o peor pero no tengo miedo al folio en blanco. A veces memorizo en mi cabeza un texto antes de plasmarlo; no necesito por ejemplo andar escribiendo ideas en una libreta, las memorizo. Lo suelo hacer mientras me ducho, mientras conduzco… Suele ocurrirme que mientras compongo en mi cabeza diferentes frases, relatos, expresiones, alguien me habla y yo, despistada, no sé qué contestar.

Pero cuando hablo, quizás por andar sumergida en el mundo paralelo de la expresión escrita, o simplemente por una cuestión de falta de destreza, no encuentro las palabras. También he pensado que la razón es otra, que mi mayor estimulación intelectual es la que me proporcionan tres niños pequeños a los que cuido con esmero, no hago otra cosa de hecho. Y si a mi hija no le hacen una «ecografía» si no una «coreografía» en la barriga, yo no le voy a ir a la zaga. Aunque mis hijos no me enseñan palabrotas, que ese es otro cantar.

No encuentro las palabras en mi día a día pero me niego a describir las cosas como «la eso», «la puñeta esa» o «el esto». Así que desde hace algún tiempo sustituyo esas palabras que no alcanzo a recordar por otras, no necesariamente sinónimos, sino palabrejas, algunas reconocidas en nuestro diccionario, otras inventadas.

Este verano anidaron en mi casa unos cernícalos. Salvamos a uno pequeñito que se había caído del nido y han sido nuestras «mascotas» durante un tiempo. Nunca me he dirigido a ellos llamándolos por su nombre, «cer-ní-ca-los». Les he llamado cosmonautas, caripollos y tentáculos.

Todo se complica cuando te compras una bicicleta y tienes que bajar el sillín y el manillar para adaptar el cuerpo. Imposible decir una frase tan larga de corrido, entonces bajas el «sitio» y los «guantes» para adaptar el «intrínseco».

Y qué decir cuando tienes que llamar a tus hijos por su nombre. Imposible. Les suelo rebautizar con nombres literarios, a Javier le llamo Kafka Tamura, a Martina Boo Boo Tannenbaum y a Lola Nadia Orlov. Sé que es más difícil pero es lo primero que se me viene a la cabeza. Ellos lo aceptan como un juego y contestan.

Nada de actualidad. Aunque a veces profesión obliga. Ayer quise encender la televisión para ver el buen ambiente que hay (ironía) pero no encontraba el mando a distancia. Mis gritos se oyeron en todo el vecindario: «¿¡Qui-én-ca-ra-jo-ha-co-gi-do-el-es-pe-jo-re-tro-vi-sor!?».


Mi refugio

cabecero

Me gusta leer. Y creo que esta afirmación encierra muchas lecturas (jueguecito de palabras). Literatura; se habrá escrito sobre ella a lo largo de los tiempos. Yo voy a hacer en este espacio una humilde reflexión como lectora.

No voy a explicar lo que significan para mí las palabras como escritora o lo que siento cuando compongo relatos. Ya lo he hecho en innumerables ocasiones. Me asomo en esta ocasión a la literatura como consumidora de libros. No me gusta demasiado utilizar esta expresión, pero realmente me gusta comprar libros, por el momento me sigue compensando y gustando comprar libros de papel, para ir haciéndome mi pequeña biblioteca que en un futuro heredarán mis hijos.

 Y aquí es donde quiero llegar; por mucho que inculquemos el placer de la lectura, y sea necesario y saludable hacerlo, hay a quien le gusta leer y a quien no. Yo educo a mis dos hijas por igual y a la mayor le apasiona la lectura y a la pequeña no.  Porque la literatura es placer, es entretenimiento, es refugio, y desgraciadamente, no imprime carácter.

Como recordaba Paul Auster en su discurso en los Premios Príncipe de Asturias: “Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados”.

Yo me acuerdo de este discurso en muchas ocasiones, cada vez que establezco con alguien una conversación en torno a la literatura. En muchas ocasiones se utiliza la literatura como pose: “¿Eres de los que leen o de los que no leen? ¿Intelectual y curioso o cazurro sin remedio?” Y hay cazurros que son lectores compulsivos e intelectuales y curiosos que no son capaces de concentrarse con la lectura (entiéndase lectura como puro placer evasivo).

Hay quien además se justifica: “Yo no leo porque ya he leído mucho en mi vida y ya me he formado”. Eso es una equivocación, porque la literatura no culturiza, no se asoma uno a la literatura para ser más listo, ni más abierto de miras, ni más tolerante. Siento aguaros la fiesta pero así es. Volviendo con Auster, él añadía: “Los tiranos y dictadores leen novelas. Los asesinos leen literatura en la cárcel. ¿Y quién puede decir que no disfrutan de los libros tanto como el que más?”

Por mi profesión, y por interés personal, acudo a la literatura en muchas ocasiones para formarme, y recorro países y culturas, autores, novela, narrativa, distintos tiempos y corrientes. Soy una lectora exigente, nada amiga de modas, que se fija más en la expresión formal que en la historia. Pero cada vez tengo más claro que la literatura es placer, es un refugio. Cuando a lo largo del día me acuerdo que lo terminaré en mi cama leyendo unas cuantas páginas del libro de turno, os prometo que es día cobra sentido. Y nada más (y nada menos). Pero no voy a cambiar mis ideas, ni mi educación ni voy a ser más lista por acudir cada noche a esos libros. Ni siquiera voy a conseguir la tan ansiada elocuencia cuando hablo; cada vez me expreso peor.

¿Es inútil por tanto la literatura o cualquier otra forma de arte? Perdonadme si por tercera vez recurro al discurso de Paul Auster, pero él lo explica mucho mejor que yo: “El valor del arte reside en su misma inutilidad; que la creación de una obra de arte es lo que nos distingue de las demás criaturas que pueblan este planeta, y lo que nos define, en lo esencial, como seres humanos”. (Lola, esto lo deberías leer).

Hace poco mi hija me contó que a los libros que consiguen hacerla sentir una protagonista más, que la envuelven en una atmósfera distinta y que en definitiva le hacen olvidarse de todo durante un rato le llama libros acogedores. Ésa es mi chica.


A %d blogueros les gusta esto: