No sé muy bien cuál es la razón de que a mi subconsciente, no a mí, le gusten tanto los accidentes espectaculares, mar adentro. Hundimientos básicamente, mar tragando como si de un monstruo con hambre se tratara, grandes barcos, aviones y, en esta ocasión, un puente levadizo.
Generalmente tienen lugar en un paisaje real, el que podéis ver en la foto; las vistas de casa de mis padres en el Estrecho de Gibraltar. He soñado en innumerables ocasiones con aviones partidos en dos cayendo, el mar los engulle. A veces puedo alcanzarlos con las manos, y sacarlos a flote, otras los pierdo para siempre, y siento cierto placer al observar cómo los voy perdiendo de vista. Lo dicho, es mi subconsciente a quien le gusta este triste espectáculo, porque cuando estoy despierta es algo que me aterra.
Esta noche estaba asomada a ese mar impredecible cuando un puente levadizo que recorría la costa (como si eso fuera normal), se ha soltado por uno de los lados. Había muchas personas pasando, y se han agarrado todos como han podido cuando uno de los laterales ha comenzado a hundirse. Recuerdo, una estructura de hierro, tragada por el mar como si fuera un juguete. Nadie ha caído, han inventado un baile imposible a base de saltos para mantenerse a flote. Como las hormigas, que no se ahogan si todas juntas «reman» en una misma dirección.
«Un, dos, tres, ¡salto!». Mientras saltaban a la de tres, me acercaba en una lancha a sacarlos del puente. Pero sólo uno a uno, y durante el salto.