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La niña sin nombre

¿Cuánto dura un sueño? Poco tiempo si lo comparamos con nuestro día a día, nuestros meses y años. Una noche como máximo, y supongo que minutos en ocasiones. A mí me sorprende que en ese poco espacio de tiempo se condensen sentimientos que en nuestra vida normal tardas días, meses y años en componer.

Eso me ha pasado hace poco con un sueño que he tenido y me ha dejado muy impresionada. Porque he vivido una aventura con una sobrina que no existe en realidad. Tengo tres sobrinos de mis hermanos; el mayor tiene dos hijas y el pequeño un hijo. Pero en mi sueño tenía dos. Una hija de mi hermano pequeño que en realidad no tiene.

Y en ese rato que ha durado el sueño se ha condensado el cariño, ternura y amor que puedo sentir por mis otros sobrinos a los que he ido tratando varios años, seis, cinco y tres. Una niña pequeña, rubia con los ojos negros, pizpireta y muy atrevida. Se ha metido conmigo en una piscina para aprender a nadar, y a veces se ha lanzado sin flotador la muy loquilla.

Después nos hemos secado con albornoces cantando canciones y la he invitado a merendar.

¿Os podéis imaginar la pena con la que me he levantado cuando he descubierto que esa niña no existe? Como una pérdida. Pero aquí queda su recuerdo, quién sabe por dónde andará. No me he atrevido a ponerle nombre.


El entierro más bonito del mundo

Esta noche he soñado que iba a un entierro en el que muere quien está vivo y vive quien está muerto. Personas que ya no están me acompañan en mi sueño como si hablara con ellos todos los días. Imagino que os pasa.

A mí me suelen acompañar para despedir a alguien, que en realidad sigue formando parte de este mundo cuando me despierto.

Hoy he asistido al entierro más bonito del mundo, porque la persona que iba ser enterrada nos ha acompañado en el proceso hasta el final. Quien sabe si en un futuro (distópico o utópico) algo que nos parece ciencia ficción es posible.

Nos acompaña en los preparativos del funeral, pero ha fallecido. Eso seguro, solo que tiene un par de días de regalo para vivir su propia despedida. No es demasiado raro, parece que es una situación bastante extendida en ese mundo soñado en el que me encuentro. Veo a mi alrededor actuar a todos con bastante naturalidad.

A veces soy mero espectador de todo aquello, y me pierdo en ruinas de lo que anteriormente han sido lugares donde he vivido. Otras veces participo de la despedida, y charlo animadamente con personas que murieron hace mucho tiempo, y les doy la oportunidad, en mi sueño, de contarme cosas que no pudieron. Aperitivos, una fiesta agradable con copas de champán, anécdotas, y por fin el momento final.

A quien se va se le hace un nudo en la garganta que puedo sentir. Se sienta en un sofá muy cómodo y observa cómo desaparece. Mejor eso a ser consciente de que te van a enterrar.


Algeciras

Hoy he soñado que rodaba un especial junto a Alejandro Sanz; un vídeo promocional con algún algecireño archifamoso (Alejandro veraneaba allí, pero coincidimos en que es buen embajador de la ciudad) y otra persona más normal, o sea yo.

Antes de contaros más, deciros que en el sueño la producción era brutal; iba a quedar un vídeo precioso para a dar una imagen mucho mejor de cómo está ahora que, para qué nos vamos a engañar, ese centro podría tener muchas más posibilidades.

Además de conectar con Alejandro inmediatamente (amigos para siempre) en un momento de la grabación tenemos que contar qué es lo que más nos gusta de Algeciras cuando volvemos. Y aquí, aunque lo he contado en el sueño, he verbalizado la pura realidad:

Cuando voy me gusta bucear durante horas en la Cala de la Cantera; la calita le llamamos. Bucear y bucear, ser la única que divisa pulpos, estrellas de mar y morenas. Me gusta verme las manos rodeada de peces y pensar que podría desaparecer entre las rocas sin problema. Algún día, quizás…

Cuando voy a casa de mis padres en Algeciras me gusta mirar al cielo; mirar hacia arriba para observar cómo crece la araucaria. Mirar hacia arriba para ver cómo cambia de color el cielo mientras anochece. Mirar hacia arriba contando estrellas y buscando satélites con mi hijo Javier, hasta que se duerme. ¿Que eso se puede hacer en otro sitio? Ya, pero yo lo hago en Algeciras.


A veces sueño recuerdos

Me ocurre cuando duermo, creo que no es un sueño profundo, que me empieza a latir muy fuerte el corazón. Suele ir asociado este sobresalto a algún recuerdo.

Esta noche la serpiente me ha llevado a un recuerdo feliz, uno de esos momentos que tienes guardado en tu memoria en los que todo es perfecto. Iba recorriendo la Castellana a pie, embarazada de Lola, en una época del año que es genial en Madrid, los primeros días de diciembre. Recuerdo que iba a una clase de preparación al parto (una y no más) y que llevaba puesto un jersey de Javier, mi marido. Y hacía mucho frío; ese frío que corta la cara y es un gustazo porque es muy limpio.

Si rasco un poco más en ese recuerdo puedo observar que soy un poco infantil, que todavía no me he cortado el pelo, tengo noches de imsomnio y todavía me faltan conclusiones a las que llegar. Ahora me noto más sabia, pero menos soberbia, duermo como un bebé y cada día me siento más libre.

Pero mi recuerdo (ahora es una foto fija mirando hacia arriba, en la que estoy muy sonriente y respiro aire helador) me cuenta que en esa época no tenía conciencia de esa sabiduría que me faltaba. No me había sentido todavía arrancada de Madrid, no me planteaba si era buena madre o buena hija, y tenía todavía restos del egoísmo de la adolescencia, aunque ya me acercaba a los treinta.

Y yo le cuento que por aquel entonces no era capaz de escribir estos encuentros, ni tenía capacidad de ser resiliente, ni de reinventarme. Y ella me contesta que para qué, si no tenía necesidad de hacerlo.

Hemos establecido un diálogo, me doy perfecta cuenta de que cuando bajaba la Castellana, al encuentro de mi marido, hubo un momento en el que me paré, miré hacia arriba, fui consciente de la felicidad que sentía y establecí una conversación con mi yo futuro. O por lo menos así lo recuerdo.


Alive

ventana

A veces sueño que vuelvo a ver a mi abuela María. O que voy a su casa, aunque ya no esté. Esta noche he creído que seguía viva. Yo misma soñando me decía: «No es un sueño como otras veces, esta viva de verdad porque yo estoy despierta».

He ido a Granada y hemos quedado en salir a tomar unas cervezas con mis tías y primos. Y ella se quedaba con mis hijos que en realidad eran mis hermanos cuando eran pequeños. Y me decía: «Todos habéis dado por hecho que me quedaba yo con los niños, pero a mí me apetece también salir». Me he ofrecido yo a quedarme… si es que soy súper buena.

Raro, pero chula la sensación, de quedarme en el piso de mi abuela cuidando (con la edad de ahora) de mis hermanos cuando eran pequeños. Hasta he bañado a Pipe y le he peinado los rizos con Nenuco.

Pero de lejos esa vocecita que me recuerda que es un sueño, que mi abuela ya no está. De repente, como quien hace un esfuerzo por levantarse de la cama cuando te pesa todo el cuerpo, me veo de pie y me digo: «Estoy despierta, estoy despierta». Y me he abrazado a mis hermanos, cuando eran pequeños, en los sillones verdes de la casa de mi abuela.

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Desde las alturas se ve todo mejor II (O Rojo III)

 

rojo3(1)

Soñé con Hugo esta semana y me acordé de que me decía que siempre llevaba algo rojo. Lo he vuelto a soñar porque supongo que ya sólo charlaremos en sueños.

Hemos subido volando a una montaña, porque desde las alturas se ve todo mejor, y le he contado que el dragón de mi hija Lola es rojo. Que me gustan los zapatos rojos, acabo de estrenar una agenda roja y mis nuevas gafas son rojas.

Le contaría que los labios rojos, a veces, pero la funda del móvil es roja.

Desde las alturas le he contado que las carpetas siempre rojas, paspartú rojo si enmarco esa grafía china que significa primavera. Calcetines rojos y botones rojos. Le he contado en secreto que a veces escribo rojo como la nieve blanca.

 


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