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La infancia

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Hoy me he encontrado a un amigo de la infancia; me ha pedido que lo acompañara a dar un paseo. «Hasta Río Seco», me ha dicho. A saber qué será Río Seco. Le he preguntado cuánto íbamos a tardar, si eran veinte minutos podía, si eran cuarenta tenía que volver con mi familia. Lamentablemente el paseo era de cuarenta minutos, demasiado tiempo.

Me he alejado de él, con nostalgia, lleva una chaqueta verde militar, y me apetece engancharme a su brazo y pasear, pero me doy la vuelta.


Yo, judía

Ocurre a veces que, cuando duermes, sueñas que te caes. Tu cuerpo reacciona y da un vuelco. Una siesta.

Una siesta estaba yo durmiendo cuando me ha ocurrido continuamente. Cada vez que iba conciliando el sueño, perdía el equilibrio y parecía que me caía. Por fin el sueño.

Por fin el sueño, y un paseo en el que me he encontrado a Leonard Cohen. Cuando iba perdiendo de nuevo el equilibrio me he abrazado a él y me ha ayudado a no caerme. Un abrazo protector que he visualizado como un travelling circular. Y mientras, la cámara.

Y mientras la cámara da vueltas yo me voy sintiendo cada vez más tranquila, abrazada a él. Estoy en un almacén de techos altos, la paredes son blancas, parece un set de cine. En el set me han contado que Leonard Cohen era el Dios judío. Parece haber tenido que bajar a la tierra a mediar entre una familia que se está matando a hachazos.

Imagen vía #ElCuadernoDigital


De palabras e ingravidez

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Mi sueño de esta noche ha sido más bien un reencuentro. He tenido una reunión con mis compañeros del Máster del periódico ABC (que cursé hace muchos años ya, recién terminada la carrera). Curioso mi subconsciente, porque no tengo trato con ninguno, salvo algún intercambio de tuits de vez en cuando. ¿Siento nostalgia de ellos? Realmente no, aunque muchos me caían muy bien y tengo un recuerdo estupendo. Solo echo de menos a veces a uno de ellos, un buen amigo que la vida se ha encargado de distanciar. También me gusta evocar de vez en cuando, para ser justos, las conversaciones sobre cine, música y series (antes de los seriéfilos) con alguno más. Pero ya está.

Me pregunto entonces por qué me he despertado esta mañana nostálgica recordando este sueño, que por supuesto tenía su dosis de disparate, como el hecho de casi atragantarme con una pastilla o que todo el mundo condujera el mismo coche. Y me he visualizado, en el sueño, relajada, sin reírme demasiado, sin estridencias, sólo relajada.

No es que en esos años tuviera la suficiente madurez para mantener esa tranquilidad, pero creo que la nostalgia me viene de cierta despreocupación que ahora ya no tengo. Sólo había una cena, y nada más. No hay horarios, ni miedos porque le ocurra nada a tus hijos, ni esos hijos persiguiéndote por los pasillos hablándote de sus preocupaciones los tres a la vez, ni búsquedas desesperadas por hablar con tu marido (menos mal que nos bastan cinco minutos para poner todo en su sitio, amor).

¿Retrocedería en el tiempo? No. Después de pensar un poco en las sensaciones que me ha provocado cenar con mis compañeros de Máster, me he dado cuenta de que estoy viviendo, evolucionando, haciéndome mayor, teniendo más claro cada vez lo que quiero (nostalgia de periodismo siempre y seguimos buscando oportunidades, que van llegando). Que tener tres hijos es agotador, y quien diga lo contrario miente, pero que un abrazo de uno de ellos te pone en tu sitio. Y me he dado cuenta de que estoy cansada, que es lo que corresponde. Buena advertencia, subconsciente, intentaré descansar un poco, desconectar algo, lograr un poco más de ingravidez que noto cierto peso en los pies. Y lo acabo de hacer, escribiendo, recurriendo de nuevo a las palabras. Convertir realidades y ficciones en palabras es lo que tiene sentido para mí. Suerte que tiene una.

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Portugal

La paz siempre la encuentro en Portugal. Esta noche he soñado que la casa que habito me hablaba. La madera cruje. 


Agosto

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En la película «Agosto», basada en la obra homónima de Tracy Letts, el personaje de Julia Roberts le comenta a su hija adolescente: «Si conociéramos nuestro futuro, no nos levantaríamos del sofá». Viaje en carretera, camino del entierro de su padre.

Desconozco si en la obra de teatro en la que se basa la película (duelo magistral entre Roberts y Meryl Streep, aunque me quedo con Chris Cooper), existe esta conversación o esta frase; la he recordado en numerosas ocasiones. Vivimos tranquilos, ajenos a ciertas cosas: «Si conociéramos nuestro futuro, no nos levantaríamos del sofá».

Esta noche he soñado que tapizaba varios sofás, me he despertado agotada. Todavía tengo las manos dormidas de utilizar la grapadora, estirar telas.

Comienza agosto.

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Canción de despedida

Hoy mi hija me ha puesto unos aparatosos auriculares para que escuchara esta canción. Y en un segundo se ha colado como una sacudida eléctrica en mi cerebro. Y en forma de imágenes he recibido también una descarga que ha entrado por mi pupila y ha tomado la forma precisa del nervio óptico.

Mi expresión ha cambiado al reconocer esas imágenes, las de la persona que era antes. Antes de estar esforzándome por esforzarme, o no ser consciente de que me esforzaba. Quizás me puse demasiadas capas de piel en mi afán por recuperar capas perdidas.

Y ahora paso un paréntesis veraniego en otra ciudad, donde me olvido de la persona que se esfuerza por esforzarse y entre césped y letras también van desapareciendo algunas capas de piel.

Al escuchar esta canción me ha cambiado la expresión, es la de la niña que se ríe despreocupada. Mi hija me mira sorprendida, le gusta.


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