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¿Qué me pasa, doctor?


Yo presumo de dormir bien pero a la luz de los sueños que tengo últimamente no sé si descanso como debiera. Esta noche he adquirido varios roles que, no creáis, me han divertido, pero cansan una barbaridad.

Podrían parecer muchos sueños diferentes, pero la trama se ha ido sucediendo sin interrupción alguna. Lo primero que recuerdo es haber protagonizado una película. Estoy durmiendo la siesta en la playa y mi madre, toalla en mano, me avisa de que tengo que ir a un set de rodaje para ser la actriz principal de una comedia. Un comedia coral, en la que me encuentro a Carmen Maura (su personaje es la dueña de un kiosko), a Gorka Otxoa, Alberto San Juan que será mi partenaire, Jordi Évole… Évole no es actor, pero cuando le pregunto me contesta que yo tampoco.

La película un éxito, sobre todo yo, que resulto ser súper graciosa y recibo buenísimas críticas. En la fiesta de estreno, un bar dentro del mismo set, me reclaman para trabajar como periodista. Me veo rodeada de jefes que tuve en el ABC, veinte años después, con las mismas rutinas. Y nos vamos a un restaurante dentro de un club muy exclusivo. Aquí me acompañan dos amigos que me dicen que tenemos que hacer un reportaje de investigación con identidades secretas. Los tres somos ahora intrépidos científicos y nos encontramos en medio de una selva. Yo conduzco un todo terreno y casi me salgo de un puente colgante por el que tenemos que pasar. Mucho vértigo.

Al final del puente soldados armados hasta los dientes y un edificio de apartamentos más propios de cualquier extrarradio de una ciudad española. Allí, saltando de balcón en balcón, y esquivando balas, rescatamos a la hija de un capo que se nos cae de bruces para dar a parar dentro de un apartamento, donde de nuevo está mi madre que nos ayuda a escapar.

Sigo conduciendo con mis dos amigos, los dejo en sus respectivas casas para que descansen y me veo por la carretera escuchando música húngara con un traje de novia en el coche de corte imperio. Este dato es importante, ahora veréis por qué. Al aparcar me encuentro con una familia húngara (“¡qué casualidad, venía escuchando música de vuestro país, blablabla!”) y una de sus hijas, embarazadísima, se tiene que casar pero no tiene vestido de novia. El vestido de corte imperio le va perfecto para llevar suelta la barriga así que decido regalárselo. Pero me arrepiento enseguida porque en realidad no es mío y lo tengo que devolver. El padre de la novia se enfada y me amenaza con una pistola. Yo consigo meterme en el coche y secuestro a la embarazada que ya lleva puesto el vestido de novia.

Y así me he despertado, lo último que recuerdo es estar en un solar con la húngara, el traje ya destrozado, las dos llenas de sangre y yo esperando rescate. ¡Buenos días!


Sueños de verano

Creeréis que por el título os voy a contar un bucólico cuento sobre noches de verano y estrellas fugaces.

Nada, lo que quiero deciros es que, aunque no he escrito en un tiempo, sigo soñando todas las noches aventuras que me mantienen igual de entretenida que durante el día.

He conocido este verano a Andreu Buenafuente, que quiso que le colase en la consulta de mi ginecólogo para hacerle una revisión a Silvia Abril. Vaya cara tienen los dos; me quedé sin poder entrar yo y ni me dieron las gracias. Luego se colaron también en una barbacoa que hice en casa. Me robó mis gafas, que son como las suyas.

También he ayudado a rehabilitarse a un antiguo amigo con el que coincidí estudiando el Máster del ABC; borracho perdido me lo he encontrado. Estábamos en un hospital, mira qué bien, pero no encontrábamos Urgencias. Dando tumbos con un tío que me dobla en tamaño he recorrido varios pasillos que me llevaban siempre a la cafetería. Imposible. Tampoco me he atrevido a preguntarle por aquel teléfono.

También me he convertido en traficante de «pastillitas de la felicidad»: Diazepan, Lexatin, Trankimazin… ¿qué queréis? Pastillas de colores súper ordenadas. Mi obsesión más que el negocio era que se mantuvieran en orden por colores. He tenido clientes que no puedo nombrar.

Y hubo una noche que me levanté sin ganas de desayunar (ni de ná) porque me invitaron a un banquete al más puro estilo de Las Mil y una Noches… hasta ahí puedo leer.

¿Estrellas fugaces, buceos interminables, descanso, lectura? La vida real os la dejo para enseñárosla en Instagram. En la foto, las gafas que me ha robado Buenafuente. Si las veis son mías.


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