Esta noche he tenido un sueño divertido, aunque ha habido portazos al final. Al principio me he trasladado a mi edad adolescente y he formado parte de una pandilla en la que se mezclan niños de varias edades. Típico grupo de vacaciones de verano. Intentad visualizar conmigo, ¿os acordáis de ese chico guapo, unos años mayor, que aparece de vez en cuando? Sólo de vez en cuando porque se aburre con los pequeños y tontea también con otro grupo de chicos y chicas que ya fuman, van a discotecas y se meten mano.
Y de repente ese chico te mira, te mira a ti, te dice algo parecido a un torpe piropo y sientes (seguro que habéis vivido alguna vez algo parecido) que todo lo que hay a tu alrededor desaparece, las risitas de tus amigas van perdiendo volumen para dejan paso a violines, sientes que cae del cielo confeti y que las olas del mar rompen cerca de él para llenarle de gotitas de agua salada. Bueno, olvidad lo de las olas, demasiado cursi, ya es suficiente con el confeti y los violines, y esa mirada de adolescente travieso que ha decidido fijarse sólo en ti.
Mi subconsciente me ha sacado de ese momento enviándome al futuro de golpe, creo que me ha metido en un tubo fluorescente por el que me he deslizado rápidamente. Y ya soy una mujer adulta y a mi lado está el chico adolescente que ahora tiene los mismos ojos, pero no la misma mirada. Y es, alucinad, político. Estamos en un colegio electoral, parece que le ha ido bien, yo le acompaño; los violines chirrían, que queréis que os diga. Que pereza, por favor.
De repente le rodean unos tantos, lo llevan en volandas, salen a un pasillo, los pierdo de vista, no los alcanzo. Y me acuerdo, en ese momento, de Kay Adams (Diane Keaton) en El Padrino, cuando le cierran los esbirros de Michael Corleone (Al Pacino) la puerta en las narices.
A mí me vais a cerrar la puerta, ni en sueños.