Pensando estaba en lo poco que sirve argumentar frente a nadie. La argumentación, todo un arte, es más efectiva en la literatura, y más bella. Esas frases maravillosas que fluyen, con una dialéctica perfecta, cuando estamos solos en la ducha y que unas horas antes no has sido capaz de mostrar ante un «enterao» que encima te cae mal.
Gasta energía estéril parlotear sin parar. Me encantaría lograr un equilibrio entre el silencio en público y la argumentación en privado, en mis relatos. Me expreso mejor por escrito.
Esta noche he soñado con una situación un tanto surrealista; le he pasado una notita en una cena con amigos a mi interlocutora, una amiga, que tiene un parecer diferente a mí frente a cómo educar a los hijos:
-«Buenas noches, te he escrito estas palabritas en una servilleta».
Mishima decía que la literatura era para los cobardes. No es que esté de acuerdo con los planteamientos del «samurái», pero quién sabe, lo mismo en esto tenía razón.