
He soñado con pasteles, no soy muy dulcera, pero me he levantado con un hambre… y he desayunado como nunca. Con la barriga llena me dispongo a contaros el sueño de esta noche.
En mi sueño también tenía un blog, pero no sobre relatos basados en desvelos nocturnos, sino sobre reseñas semanales relacionadas con restaurantes, bares de tapas, pas-te-le-rí-as. Y la pastelería sobre la que hablaba en mi sueño era de lo más exquisita. No me acuerdo del nombre, pero seguro que era un nombre francés, y sólo tenía cuatro tipo de pasteles. Sí, casi como una boutique, con delicias que da pena comerse. Pero sólo cuatro especialidades, y yo nada más que me acordaba de una: galletas de miel. Claro, no soy muy dulcera pero me encantan las galletas. Vaya bloguera que estoy hecha si sólo puedo hablar de una de las especialidades de la pâtisserie.
«Galletas hechas con deliciosa miel, galletas con miel, galletas, galletas…». Mientras tecleo me entran sudores fríos, como si fuera a someterme a un examen final sobre recetas, como si fuera una concursante de La Cocina del Infierno. Para colmo, y no sé la razón (casi nunca lo sé), estoy escribiendo en el cuarto de baño de mi casa. Pero mi casa no es mi casa, como no podría ser de otra manera, sino un cuchitril. En definitiva, que el techo del escusado tiene una grieta enorme y yo no sé si estoy más preocupada por inventar sobre la marcha una receta de magdalenas con pepitas de chocolate o porque se me caiga el techo encima.
Pero oye, la pastelería era encantadoramente exquisita, muy dulce, muy tierna, muy mona. ¡Ostras, se cayó el techo!
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