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Subconsciente

serpiente

Te has convertido de nuevo en serpiente y te has escapado de mi cerebro.  No sé por qué eres tan desobediente. ¿Dónde has estado esta noche? ¿Por dónde has trepado? Seguro que te has colado entre los libros que tanto te gustan.

Las serpientes sois silenciosas y escurridizas. Vuelve de entre las páginas de mis libros y entra en mi mente, que no puedo dormir.

 

 


¿Por qué soñamos?

porquesonamos

No tengo ni idea, pero tampoco me importa demasiado, ya lo sabéis. Hay muchas teorías y libros escritos al respecto, con mayor o menor argumentación científica, con mayor o menor literatura. Pero qué bien que soñamos.

¿Y por qué soñamos lo que soñamos? También hay muchas teorías. Yo tengo mi propia idea al respecto, basado en mi experiencia. A mí me gusta pensar que me desdoblo, y por las noches mi subconsciente, del que os hablo a menudo (todavía no le he puesto nombre) manda. Y nada más, y nada menos.

Mi subconsciente es más atrevido que yo, menos educado. Macabro, es una serpiente que recorre mi piel y conoce cada uno de sus pliegues. También conoce como nadie mi cerebro, todos sus pasillos y puertas. Es un subconsciente excitante y me regala todas las historias que os cuento, todos los sueños, a cambio de otorgarle libertad.

Le dejo hacer todo lo que quiera, todo lo que quiera. Viaja, se desnuda, cambia de sexo, edad, llora, tiene orgasmos, me asusta, me cuida, me trae de vuelta voces y hogares perdidos. Se mueve como una serpiente.

Me encanta soñar.

 


De comidas y viajes espaciales

Macarrones-con-bechamel-y-queso

No es la primera vez que me doy un atracón de comida en mis sueños. Ya he sufrido varias indigestiones siderales en otras ocasiones. Pero tener que hacer después un viaje espacial… demasiado.

En mi sueño de esta noche he desayunado macarrones, justo cómo los hacía mi abuela: muy cocidos, nada de al dente, y no sólo con tomate, sino con una capa bien generosa de bechamel con queso al horno. Para desayunar.

A la hora de la comida, macarrones, con bechamel, nada de al dente. Y por la tarde un viaje espacial. Muchas veces mis viajes espaciales en mis sueños son metáforas de viajes a mi cerebro, o así lo interpreto. Pero en esta ocasión hay que moverse, hay que estar en forma, hay que dejar a un ladito la gravedad, la gravedad y pesadez de la bechamel con queso.

No sé por qué me han atado a la cintura una especie de platillo volante de cartón. Para ensayar, parece la cosa poco seria. No hay trajes, no hay cabinas de simulación, sólo hay un agradable encuentro para cenar: macarrones.

Esta mañana no he podido desayunar, y me está costando escribir este sueño, reprimiendo alguna arcada.


Canción de despedida

Hoy mi hija me ha puesto unos aparatosos auriculares para que escuchara esta canción. Y en un segundo se ha colado como una sacudida eléctrica en mi cerebro. Y en forma de imágenes he recibido también una descarga que ha entrado por mi pupila y ha tomado la forma precisa del nervio óptico.

Mi expresión ha cambiado al reconocer esas imágenes, las de la persona que era antes. Antes de estar esforzándome por esforzarme, o no ser consciente de que me esforzaba. Quizás me puse demasiadas capas de piel en mi afán por recuperar capas perdidas.

Y ahora paso un paréntesis veraniego en otra ciudad, donde me olvido de la persona que se esfuerza por esforzarse y entre césped y letras también van desapareciendo algunas capas de piel.

Al escuchar esta canción me ha cambiado la expresión, es la de la niña que se ríe despreocupada. Mi hija me mira sorprendida, le gusta.


La muerte II

Hay muertes que no terminas de encajar nunca; no saben qué lugar de tu cerebro ocupar y van dando vueltas por tu memoria sin descansar. Hay otras que terminan asentándose, hay muertes que terminan muriendo y te dejan el recuerdo más o menos triste de quien se ha ido. Pero hay otras muertes que siguen vivas, que provocan una ausencia casi tangible, que siguen marcando después de muchos años el carácter y los actos de quiénes se quedaron aquí.

No sé qué ocurrió con las gafas de Diego, no sé si alguien las conserva y las toca de vez en cuando. O puede que se perdieran, o que se rompieran. Nunca me he atrevido a preguntar, en realidad no quiero saberlo. Cuando veo a algún niño pequeño con gafas siento un sentimiento agridulce, mezcla de ternura y rabia; las recuerdo verdes, aunque puede que fueran azules, o rojas. Puede que las siga teniendo él, al fin y al cabo en mis sueños aparece con ellas puestas.

Sueños relacionados:

La muerte.


La pequeña ciudad V

Pero a veces Mateo se pierde de camino a casa, y sale de la pequeña ciudad, y dirige sus pasos hacia el centro de mi cerebro y se sienta con la mirada perdida, en medio de la oscuridad, esperando que a que yo le devuelva algo de luz. De nuevo me hago pequeñita y me siento a su lado, le doy la mano y me pide que le lleve a conocer algunas partes de mi mente que todavía no nos hemos atrevido a explorar. A veces pasamos miedo, otras nos envuelve un halo de nostalgia.

En la pequeña ciudad echan de menos a Mateo, el contador de cuentos, pero cuando vuelve nadie se lo demuestra. Simplemente la pequeña ciudad vuelve a funcionar.

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Categoría «La pequeña ciudad».


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