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Contra la soberbia

¿Os imagináis que los personajes bíblicos que conocemos fueran personajes de nuestro tiempo? Que utilizaran las redes sociales o los blogs para darse a conocer o hacernos partícipes del mensaje de Jesucristo, o de Buda, o Mahoma… Otro gallo cantaría. Yo me he quedado pensando en las supuestas cuentas de twitter de algunos de ellos, creo que tendría más seguidores Santo Tomás que Abraham. Os recuerdo que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo sólo porque Dios se lo pidió y Santo Tomás, sin el Santo por aquella época, es el artífice del “si no lo veo no lo creo”.  Yo seguiría la cuenta del segundo.

En mi educación cristiana crecí escuchando frases como la fe mueve montañas (que no deja de ser verdad, para bien o para mal), a Dios no le gustan los tibios y rodeada por algunas personas que por considerar que su fe estaba forjada en hierro podían dar lecciones a diestro y siniestro. Y he sido testigo del derretimiento de ese hierro en ocasiones, dicho sea de paso.

Mi fe ha estado formada por humo muchos años, una sustancia apenas palpable pero humo al fin y al cabo. Nada de hierro, ni de ladrillo ni de cemento. Pensaba que con humo no se construye una casa en la que habitar y dejé que me envolviera de esa manera “tibia” que tan poco gustaba. Ahora las cosas han cambiado, y esa fe está adquiriendo algo más de textura, diría que gelatinosa.

En mis conversaciones con Dios le he comentado que quizás no es una sustancia demasiado fuerte, pero he llegado a la conclusión de que es mejor ir adquiriendo cierta consistencia poco a poco, que no estamos para caernos del caballo como San Pablo. También le he advertido de que me muevo entre la obligación moral de repercutir todo lo bueno que me está pasando, y el miedo a mandarlo todo a la mierda a poco que mi vida se vea desestabilizada de alguna manera. Mientras tanto mi fe va tomando forma y aspiro al ladrillo y al cemento y al hierro, pero siempre con el miedo de no caer en la soberbia.

Me causó un mayor respecto el Papa emérito cuando explicó que hubo un momento en su vida en el que pensó que Dios había desaparecido. Él también ha dudado.

Y mientras tanto mi manera de ser creyente la vivo con tranquilidad, sin llevarlo todo al extremo. Ya he asumido que no todos estamos llamados a hacer grandes hazañas, coger un avión hacia Siria, o la India o  Irak o a tantos países para intentar acabar con otras tantas injusticias. Pero nuestra gran hazaña también pasa por nuestro día a día, por decirle a nuestros hijos que no hagan caso, en un entorno aparentemente cristiano, a comentarios como “putos moros” cuando ha sucedido lo de Charlie Hebdo, o “panchitos” hacia los sudamericanos, o “maricones”, o tantos otros insultos que estoy cansada de escuchar. Contrarrestar esto, al igual que creer que porque haya habido sacerdotes católicos pederastas (panda de desalmados),  los católicos vivimos la sexualidad de manera insana y retrógrada. Ya os digo yo que no es verdad.

El mayor pecado de católicos y no católicos, ateos y practicantes de cualquier religión es la soberbia.


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