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¡Dientes, dientes!

dientesNo he querido parafrasear a una famosa tonadillera al titular este sueño… o sí, no lo he podido evitar. Pero yo no me refiero a enseñar dientes cual ordinario espécimen enfadado. Yo es que esta noche he vuelto a soñar que se me caían los dientes.

¿Cuántas veces lo habré soñado? Muchísimas; lo que más recuerdo es la sensación de las muelas sueltas en la boca, tener que escupirlas. Me importa poco la estética, el verme sin molares y premolares, incluso paletas. La sensación extraña es la caída, mover con la lengua una muela y que caiga en un santiamén.

Hay muchas teorías sobre por qué soñamos con este fatídico hecho: inseguridad, malas decisiones, previsión de malas noticias e incluso aviso de que algo falla en el sexo. Nada de esto parece que esté asociado a mi sentir últimamente, pero ahí está, esta noche me he quedado sin incisivos, cúspides y bicúspides.

Y mientras tanto he ido a Ikea, que se ha convertido en un parque de atracciones. ¿La temática? La deco, claro está. En una de sus mesas Hemnes había niños celebrando un cumpleaños, rodeados por un globo gigante de E. T. dando vueltas por la estancia. Ahí he escupido yo el primer premolar. También podías ver una película acomodado en sillones Ektorp. No sabía cómo sentarme y me he resbalado; me he partido la paleta en el aterrizaje. Muy divertido el parque Ikea, con talleres para crear tus propios peluches, cursos de cocina… por el restaurante mejor no me acerco.

Al despertarme esta mañana me he ido casi volando a mirarme en un espejo. Todo en su sitio, pero qué necesidad de beber agua y escupir…

 

 


El sueño del año: Cumplo cuarenta

cuarenta_blog

Haciendo balance sobre los sueños tan disparatados que tengo, me he parado en uno, allá por febrero, que no es propiamente un sueño:

Hoy es mi cumpleaños, cumplo cuarenta y, aunque me han enviado mensajes de “son los nuevos treinta” e incluso “son los nuevos veinte”, la verdad es que los años son los que son. Y aunque suene a tópico me siento mejor que nunca. Bueno, mejor que cuando cumplí treinta, que no fue mi mejor momento.

Tengo recuerdos de algunos cumpleaños como en una foto fija. En realidad mis recuerdos los suelo almacenar en mi memoria como fotos fijas, no así mis sueños, que revivo como una película, en movimiento y a todo color.

Me acuerdo de cuando cumplí siete años; la foto fija es de la cocina de casa de mis padres rodeada de amigas compartiendo unos platos de arroz con tomate. La perspectiva de la foto es panorámica: también veo a mi madre de pie junto a nosotras a punto de comenzar un relato. “Érase una vez una niña que nació en Cádiz, frente a la Caleta…”.

El día que cumplí diez años asistí a la boda del hermano de mi madre; en la foto tengo un abrigo marrón, miro unas palomas y le doy la espalda a la Iglesia. No sé por qué estoy sola.

Mi madre también está en el recuerdo de cuándo cumplí quince años. En esta ocasión en la foto yo me veo a mí misma a lo lejos, paseando con ella por un pantalán en un puerto deportivo; me regalaron un reloj que me duró hasta los veintitantos.

La foto del cumpleaños de los veintiuno y veintidós son iguales. Durante dos años seguidos tuve un examen de Historia de España el 3 de febrero; el día 1 por tanto lo recuerdo delante del libro, en la mesa de estudio, es una foto oscura, no sé porqué. En la Facultad tuve un Decano que por aquella época tenía 36 años; nos llevábamos bien y yo pensaba que era una edad buenísima, joven pero con cierta madurez. Cuando cumplí treinta y seis me acordé de él.

Pero antes cumplí 28, embarazadísima de mi primera hija; volvía de madrugada de cubrir la Gala de los Goya cuando me encontré con el regalo de mi marido. Y esa es la foto: delante de una cuna recién montada y dos libros de Virginia Woolf dentro, “Orlando” y “Las olas”.

Cumplí 29 y no me encontraba bien. Lloraba mucho porque me vine a vivir a Sevilla y yo quería seguir viviendo en Madrid. Y porque me puse demasiado triste y el cambio de ciudad se convirtió en una excusa para liberar fantasmas. La foto es agridulce; estoy al lado de mi hija mayor cuando tenía un año, y al lado de un banoffee hecho por mí. Cuando cumplí treinta seguía llorando y la foto fija es junto a mi madre también: en su cama, recibiendo otro reloj que duró poco.

El tiempo pasó y cuando cumplí la edad de mi Decano terminé de espantar mis miedos.

No tengo fotos fijas de los 18, ni de los once ni los veinte. A los treinta y ocho estaba embarazada de mi tercer hijo, y la foto es de una tarta de queso y frutos rojos espectacular. No tengo foto fija de este día, en el que cumplo cuarenta, ya os la contaré. Eso sí, he recibido un reloj como regalo porque me encantan, de hombre si puede ser.


Cumplo cuarenta

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Hoy es mi cumpleaños, cumplo cuarenta y, aunque me han enviado mensajes de “son los nuevos treinta” e incluso “son los nuevos veinte”, la verdad es que los años son los que son. Y aunque suene a tópico me siento mejor que nunca. Bueno, mejor que cuando cumplí treinta, que no fue mi mejor momento.

Tengo recuerdos de algunos cumpleaños como en una foto fija. En realidad mis recuerdos los suelo almacenar en mi memoria como fotos fijas, no así mis sueños, que revivo como una película, en movimiento y a todo color.

Me acuerdo de cuando cumplí siete años; la foto fija es de la cocina de casa de mis padres rodeada de amigas compartiendo unos platos de arroz con tomate. La perspectiva de la foto es panorámica: también veo a mi madre de pie junto a nosotras a punto de comenzar un relato. “Érase una vez una niña que nació en Cádiz, frente a la Caleta…”.

El día que cumplí diez años asistí a la boda del hermano de mi madre; en la foto tengo un abrigo marrón, miro unas palomas y le doy la espalda a la Iglesia. No sé por qué estoy sola.

Mi madre también está en el recuerdo de cuándo cumplí quince años. En esta ocasión en la foto yo me veo a mí misma a lo lejos, paseando con ella por un pantalán en un puerto deportivo; me regalaron un reloj que me duró hasta los veintitantos.

La foto del cumpleaños de los veintiuno y veintidós son iguales. Durante dos años seguidos tuve un examen de Historia de España el 3 de febrero; el día 1 por tanto lo recuerdo delante del libro, en la mesa de estudio, es una foto oscura, no sé porqué. En la Facultad tuve un Decano que por aquella época tenía 36 años; nos llevábamos bien y yo pensaba que era una edad buenísima, joven pero con cierta madurez. Cuando cumplí treinta y seis me acordé de él.

Pero antes cumplí 28, embarazadísima de mi primera hija; volvía de madrugada de cubrir la Gala de los Goya cuando me encontré con el regalo de mi marido. Y esa es la foto: delante de una cuna recién montada y dos libros de Virginia Woolf dentro, «Orlando» y «Las olas».

Cumplí 29 y no me encontraba bien. Lloraba mucho porque me vine a vivir a Sevilla y yo quería seguir viviendo en Madrid. Y porque me puse demasiado triste y el cambio de ciudad se convirtió en una excusa para liberar fantasmas. La foto es agridulce; estoy al lado de mi hija mayor cuando tenía un año, y al lado de un banoffee hecho por mí. Cuando cumplí treinta seguía llorando y la foto fija es junto a mi madre también: en su cama, recibiendo otro reloj que duró poco.

El tiempo pasó y cuando cumplí la edad de mi Decano terminé de espantar mis miedos.

No tengo fotos fijas de los 18, ni de los once ni los veinte. A los treinta y ocho estaba embarazada de mi tercer hijo, y la foto es de una tarta de queso y frutos rojos espectacular. No tengo foto fija de este día, en el que cumplo cuarenta, ya os la contaré. Eso sí, he recibido un reloj como regalo porque me encantan, de hombre si puede ser.


Cumpleaños de Lola

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Hoy es el cumpleaños de Lola. Felicidades, tú eres la que lo inspiras todo:

Lola y el Dragón.

– Querida Lola, I y II.

Cuando todo empezó.

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas.

– Diario de Lola, I y II.

El cielo tiene suelo.

Cuento de Lola.

La Reina Madre.

El subconsciente de Lola.

Blog de Lola.

Lola inspira, Lola sueña, Lola cuenta historias

Los sueños de Lola.

Lola sueña con Wu Zetian.

Prumprum y Prampram.

Pequeñas grandes reflexiones.

Himalaya.

Baltasar, el cangrejo de coral.

Lo que más me gusta del mundo.

 


Sueños sin sentido (y divertidos) VIII

Las cosas que sueño… De camino a un cumpleaños he perdido el control del coche, he frenado y he hecho un trompo en una rotonda. Añado que llueve y que ya nos hemos mojado, mis niñas y yo. Como no me he chocado con nadie y pese al susto en el cuerpo, no se me ha ocurrido otra cosa que seguir, dar otra vuelta a la rotonda y dirigirme al cumpleaños. Miro por el espejo retrovisor, mis hijas están blancas como la pared, la mayor agarrada a la puerta como si la loca de su madre fuera a hacer otro trompo en cualquier momento.

 
Llego al lugar del cumpleaños y está todo cerrado; me he equivocado de lugar. La mamá de la cumpleañera tiene que recogerme. Sigo insistiendo en que llueve, mi paraguas no se abre y me engancho las mochilas como puedo mientras intento «colocarle» los chubasqueros a mis hijas. No es de extrañar entonces que, nerviosa como estoy con el susto de antes, deje las llaves dentro del coche y cierre todos los pestillos. Sí, ya lo sé, ¿cómo es posible? Pues lo es, porque no puedo abrir el coche y veo las llaves relucientes en el sitio del copiloto. También puede verlo cualquiera, incluso alguien que quiera romper el cristal y llevarse el coche.

 
En ese estado de nervios e intentando localizar a alguien (es decir, a mi marido) que me traiga otras llaves de mi casa, llego a un cumpleaños feliz de una niña de cuatro años. En mi interior sólo se me ocurre decir sapos y culebras pero estoy en un lugar lleno de niños pequeños, sandwiches de nocilla y batidos de chocolate. Respiro hondo y en ese momento hace su aparición estelar una animadora que quiere que los padres participemos en la fiesta. Y así, «cagándome en todo lo que he estudiado» y, en el colmo del surrealismo de una tarde de lluvia, me véis haciendo la ola, bailando y aplaudiendo todas las ocurrencias de la mujer payaso.

¿Sabéis? En realidad esto no lo he soñado, me pasó ayer de verdad. Y no podía renunciar a contarlo, porque a veces la realidad supera a cualquier sueño disparatado.

 


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