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Bienvenidas al tópico

Iba a escribir este artículo en tono de queja, con cierta nostalgia, con enfado incluso, pero me he dado cuenta de que iba a caer más en el tópico en el que me siento atrapada así que vamos a darle un toque de humor.

¿Tienes cuarenta y tantos? ¿Eres mujer, profesional (con sensación de medio en ciernes siempre)? ¿Llevas días suspirando, corriendo (estamos en diciembre) y te duele el corazón? ¿Estás triste y frustrada porque no sabes llevar la adolescencia de tus hijos? ¿Te falta un minuto para hablarle a tu marido de usted? ¿Y aún así dices que estás en tu mejor momento? Bienvenida al tópico. Como me dice la simpática de mi hija, eres la típica mujer blanca privilegiada de clase media. Es que ella se cree que ha pasado media vida en Harlem y habla en esos términos. En el Harlem norte se ha criado, ancá la Quinn.

Si queréis sigo, a ver si os creíais originales. Porque yo me he creído muy innovadora por dejar de comer pan, comprar pasta integral, practicar yoga, agujerearme la oreja hasta dejarla sin espacio, hablar de sofocos sin tapujos, y tener menos tapujos con el sexo, faltaría más. Pero vamos, de poco me sirve porque entre la falta de tiempo, los niños que no se han dormido, el cansancio… ¿os suena? Bienvenidas. Menos mal que me quedan algunos momentos en soledad, y las conversaciones entre amigas en las que creemos que hemos descubierto América. Vamos tarde, pero y lo que nos reímos.

En fin, que yo a mi marido lo quiero seguir tuteando. Tendremos que irnos de vacaciones, pero ¿cuándo?

¿Os definís como incrédulas? Pues haced el ejercicio de ver cuántas veces habéis compartido una reflexión súper profunda que habéis leído en redes. Los incrédulos más crédulos de la historia, y esta reflexión ni siquiera es mía; se la escuché hace unos días a un prestigioso periodista.

De salud ni hablamos; pinzamiento en el cuello, premenopausia, psicólogo, tu dentista es ya tu amiga, fisio, droguita, insomnio. Meto el insomnio porque toca, yo aquí ves, no, duermo como un bebé. Para enero ya tengo cita con el cardiólogo y con el endocrino. Pero creo que le voy a hacer caso a mi madre e irme un par de días a su casa a que me pongan todo por delante, y seguro que no necesito tanto especialista. ¿Os suena? Bienvenidas.

Estamos en nuestro mejor momento pero somos incapaces de dejarnos llevar, que si no, ¿quién nos lleva a nosotras? Nadie, faltaría más, que tenemos que ser fuertes e independientes. Ya este artículo de por sí es un topizaco como una casa. Seguro que googleo y encuentro varios del mismo corte. Y series, películas, libros que hablan de lo mismo. Y menos mal. Las vemos, leemos, nos sentimos identificadas y nos damos media vuelta para decirle a los niños que como no hagan la cama se la van a cargar. Y te empieza otra vez a doler el cuello.

Contradicciones: Apago el móvil a las nueve de la noche, los aparatos electrónicos los aparco en la entrada todos los días a esa hora, pero hoy se me ha enfriado el café comprobando cuántas personas han visto mi historia en Instagram. Miro con condescendencia a los crédulos, pero envidio soberanamente a las personas que viven con fe. Voy de progre (también en ciernes), pero ay de quien me saque los pies del tiesto. Me creo liberada, pero vivo acongojada.

¿Habéis empezado a hablar de algoritmos sin parar? Bienvenidas, porque esa es otra. Ahora hablo por mí cuando os cuento lo que me apasiona mi trabajo como comunicadora en redes sociales y la necesidad de desconexión que albergo. En eso sí, intento huir de fuegos artificiales en redes y centrarme en la comunicación; así se lo explico a mis clientes y lo llevo por bandera. Pero es muy difícil encontrar el equilibrio entre la desconexión y la necesidad de hacer bien tu trabajo. De hecho, si quiero que me leáis, tendré que volcar este artículo en el blog, compartirlo por facebook, linkedin, twitter. Y a ver si se portan bien los algoritmos.

Vamos al final de este artículo en el que comencé diciendo que iba a tener un tono de humor y se desprende un poco de queja. Todo escrito tiene su estructura. Yo podría terminar de cuatro maneras:

  1. Le doy la vuelta a lo anteriormente expuesto y comento lo privilegiada que soy (al final mi hija va a tener razón de tanto ver TikTok).
  2. Planteo dos peguntas: ¿Por qué no somos capaces de ver lo privilegiados que somos y salir de esta rueda de reproches? ¿Por qué nos falta valentía o empuje para cambiar la situación o simplemente disfrutamos de ella?
  3. Os cuento que como siempre para mí escribir es terapéutico, suerte que tengo, que os vaya andando.
  4. Os dejo varios finales y elegís el que más os convenga.


Me aturde

ojos

Ayer estuve observando a mi hijo pequeño mientras dormía la siesta. Mientras lo acariciaba se me ocurrían algunos encuadres y hashtags para publicar en Instagram. Pero sólo pensarlo (y no es que lo haga de vez en cuando) me provocó cierta punzada en el estómago. Es que coger el móvil me aturde. Y creí que era mejor seguir observándolo, deleitarme en su respiración.

Trabajo con redes sociales para dos agencias de comunicación (me encanta, fomenta mi creatividad, estoy todo el día alerta); el móvil me sirve para estar en permanente contacto con mis clientes y para que no se me escape nada, estar totalmente al día de novedades de cada una de las empresas que llevo. Pero la pantalla del móvil me aturde, se me duerme la mano si estoy más de cinco minutos buscando info.

Utilizo el ordenador, un portátil, pero con el móvil al lado, y muchas veces vuelco publicaciones en Facebook y Twitter desde el móvil, o una Tablet muy mona que me compré hace unos meses. Pero la pantalla de la Tablet me aturde. Nada de Netflix ni Amazon Prime desde la pantalla de mi Tablet; tengo que ver «mis» series desde la tele. Es que me aturde.

Instagram desde luego desde el móvil, ¿cómo si no? Me gusta lo que hago con las empresas que llevo, y me gusta mi perfil de Instagram. Me gustan las fotos que vuelco, pero el móvil me aturde.

Este artículo (y tantos otros), que escribo tranquilamente desde el ordenador, lo voy a compartir con vosotros en Facebook y Twitter, y en LinkedIn y a muchos os lo envío por whatsapp; es la única manera, me comentáis, de que lo leáis. Pero una vez hecho todo esto, dejo el móvil hasta por la tarde… es que me aturde.

No hablo de comunicar todo por redes o de escribir online, que viene siendo mi trabajo desde hace años, me refiero a la pantalla, que me aturde. Necesito el papel en los libros por ejemplo. No puedo renunciar al papel, no puedo leer ni por EBook. Me aturdo. Pero por supuesto LOLA Y EL DRAGÓN también tiene versión Kindle, que no se trata de ir en contra de los hábitos de lectura de nadie.

No creo que sea una cuestión generacional lo del aturdimiento mío. Mis hijas necesitan una dosis de pantalla diaria que yo intento siempre recortar. Pero lo mismo le ocurre a mi madre, que lee por Ebook y está rejuvenecida con un grupo de whatsapp de sus amigos de infancia.

Y a través de un grupo de whatsapp estoy en contacto con amigas que me dan la vida, repartidas por varios sitios de España y «parte del extranjero». Otro grupo ha afianzado otra amistad que espero dure mucho tiempo. ¿Cómo renunciar a eso? Pero comenzar el día leyendo mensajes me aturde.

¿Y lo de compartir los momentos de siesta de mi hijo? ¿O una imagen de Martina leyendo el periódico como una persona mayor? ¿Y contároslo? ¿Y este blog? ¿Forma parte de ese ego que hemos sobre-desarrollado al compartirlo todo en redes o mi vocación de CONTAR como periodista? Una mezcla, aunque a veces me acuerdo de esa famosa frase de Umbral: «He venido aquí hablar de mi libro». Y de mis cuentos, y mis artículos…

Cambiando de tema, ¿me hago un tatuaje en la yema del dedo?


El asesino es el padre

Y Mónica y yo lo sabemos, pero no encontramos la forma de incriminarlo. Ha robado el móvil de su hija y utiliza sus fotos de Facebook para engañar a sus allegados y hacerles creer que está en una excursión. Si pudiéramos quitarle el móvil quizás podríamos demostrar que ella no envía los mensajes.

Temblando de miedo meto la mano en el bolsillo de su chaqueta, que se ha dejado un momento olvidada, y cojo el móvil. Se lo doy disimuladamente a Mónica. Pero inmediatamente nos damos cuenta de que con el teléfono en nuestro poder no podemos demostrar que el asesino es el padre. En todo caso podemos hacer notar que algo ha pasado, que la niña no está de excursión, pero si tenemos nosotras el móvil pareceremos culpables. Lo mejor será que lo devolvamos.

Cuidado, se acerca.


Moves like Jagger

Llega el fin de semana y quiero que bailéis. Como os dije hace un par de días en Facebook soñé que tenía los tatuajes de Adam Levine. Ya sé la razón por la que he tenido ese sueño; cuando vi el vídeo de la canción de Maroon 5 Moves like Jagger pensé: «Qué bien que por fin se desnuda un chico, para variar». ¿Os habéis dado cuenta de que los vídeo clips más «marchosos» son todos iguales, últimamente: Discoteca (o desierto o barco o playa)-tías semi desnudas-bailecito sensual-«focker» de turno que canta. Qué bien ver los tatuajes de Adam Levine para variar. Ya lo sé, hay más foto que texto, pero qué queréis que os diga… Practicad los pasos  y me contáis si podéis imitar bien a Mike Jagger.


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