Esta noche me he colado en una fiesta. Estabas tú, y estaba la música.
Esta noche me han invitado a una fiesta muy particular. Una copa después de una conferencia, pero en la que estaban amigos de la infancia y sus padres. Nada profesional en realidad pese al «formato».
Me he escapado en cuanto he podido, enfundada en un vestido dorado un tanto fresco. Tan fresco que al rato me he dado cuenta de que tengo que volver a por una rebeca que me he dejado allí junto con mi bolso. Todo dorado. Una amiga se ofrece a llevarme de vuelta en su coche rojo. Un coche rojo tan grande como una limusina.
Dentro de la fiesta, buscando mi bolso, y la rebeca, que estoy muerta de frío, la madre de mi amiga me para para preguntarme si me gusta su traje: «Es que mi marido me ha dicho que es demasiado morado, aunque yo le he añadido una capita rosa». Que fijación con los colores en el sueño, hay imágenes borrosas, pero los colores están muy marcados.
He tardado tanto en poder salir de nuevo que mi amiga y su coche rojo me han abandonado. Así que hemos terminado yo y mi incomodísimo vestido dorado, paseando por el asfalto muy negro; nadie en la calle.
Imagen vía #Farfetch
¿No habéis soñado alguna vez con que perdéis cosas continuamente? Pues yo sí, esta noche. Y a cada cosa que iba perdiendo la situación se hacía más surrealista. Menuda novedad.
He estado en una fiesta, una especie de fin de año del pasado. Quizás en vez de coger un autobús o ir en coche, he viajado a través del túnel del tiempo y me he presentado en un cotillón de esos a los que iba hace ya muuuuuchos años con gran entusiasmo. Ahora los recuerdo con cierta pereza: salir tan tarde de casa, siempre lloviendo, con vestiditos de tirantes. Sí, mucha pereza.
Supongo que a la fiesta soñada he acudido con la conciencia de mis treinta y siete años porque, pese a encontrarme sin duda en el pasado, he acudido con dos abrigos superpuestos, un bolso pequeño con lo estrictamente necesario, y zapatos planos por aquello de la comodidad.
Y allí estaba, toda mi pandilla, con las caritas de pipiolos de entonces, con las parejas de entonces, y con las borracheras de entonces. Y yo no he podido disfrutar de todo aquello porque he perdido primero mi lápiz de labios, después el bolso, más tarde un abrigo, después el otro. Surrealista ha sido llamar a la puerta del túnel del tiempo para regresar sin lápiz de labios, sin bolso, sin abrigos, sin zapatos, si vestidito de tirantes… ¿Hacía frío esta mañana, no?
A veces releo cosas que he escrito hace mucho tiempo. Quizás en esos textos haya más inocencia, pero siempre me sorprende que mi relación con las palabras sigue estando intacta:
“No es posible un orden. Las ideas aparecen como el caos. Sentimientos revueltos, ideas que ya no están en mi cabeza, se han instalado en el estómago, los duendes las han trasladado.
Los duendes se mueven por mi cuerpo, me dominan, no logro conocerlos. Sí, me acompañan. Incluso han conseguido viajar hasta mis ojos; se escapan de vez en cuando en forma de lágrimas.
No es posible un orden para describir cuál es mi poesía. Poesía, palabras, mentiras, hilos de seda de colores que se enredan y te sitúan en el centro de ti misma. Fundido negro, azul francia, poesía.
No es posible ese orden. No creo que vaya a ser capaz. Lo mejor será encadenar las palabras para que se conviertan en latidos. Cada uno de ellos convertirá estos folios en algo vivo. Soy yo la que está escribiendo. Serán latidos: si estos folios no se pueden comprender con la cabeza, por lo menos puedo hacer que se sientan.
Aunque esto puede ser interpretado como “hacer trampas”. La poesía engaña. Jugar con los sentidos y vomitarlos en palabras es un recurso fácil, soy consciente de ello. No puedo controlar a mis duendes, establezco con ellos una danza. Ellos tejen los hilos de colores que van apareciendo en mi vida (experiencias) y yo intento que no se enreden, para poder mantenerme en medio de ellos.
Éste es el proceso: pienso y pienso hasta la saciedad. Mi mente cansada expulsa las ideas hasta el estómago donde se establece la danza, una fiesta.
(…) Soy una tramposa porque no escribo bien, sólo vomito.
(…) Yo quiero escribir un libro azul, sereno”.
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