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Hope

Creo que soñamos para recordarnos que tenemos esperanza. Y entre esos pliegues que se forman entre realidad y ficción, si escuchamos atentamente, nos llegan mensajes claros. Como cuando pretendemos escuchar a Dios.

Tengo en mi cabeza un papel de libreta arrugado, contiene seis recuadros y tres líneas. Las líneas representan el cariño de mis hijos, a veces más delgadas otras menos, pero nunca se desdibujan del todo. Y en los cuadros tesoros: lectura, trabajo (en mi caso el oficio de la escritura), respiración pausada (no me atrevo a llamarlo meditación), capacidad de concentración, capacidad de ausentarme, dormir.

Últimamente visualizo el papelito antes de soñar.

¿Y si cuando el Sol se fusione con la Tierra habremos sido capaces de poblar otros sistemas? A lo mejor entonces el ser humano no se extingue.


Ausente

Cuanto más leo más me ausento. Me gusta esa sensación, aunque mis hijos me reclaman. Yo les digo: «Seguid leyendo».


De palabras e ingravidez

ingravidez

Mi sueño de esta noche ha sido más bien un reencuentro. He tenido una reunión con mis compañeros del Máster del periódico ABC (que cursé hace muchos años ya, recién terminada la carrera). Curioso mi subconsciente, porque no tengo trato con ninguno, salvo algún intercambio de tuits de vez en cuando. ¿Siento nostalgia de ellos? Realmente no, aunque muchos me caían muy bien y tengo un recuerdo estupendo. Solo echo de menos a veces a uno de ellos, un buen amigo que la vida se ha encargado de distanciar. También me gusta evocar de vez en cuando, para ser justos, las conversaciones sobre cine, música y series (antes de los seriéfilos) con alguno más. Pero ya está.

Me pregunto entonces por qué me he despertado esta mañana nostálgica recordando este sueño, que por supuesto tenía su dosis de disparate, como el hecho de casi atragantarme con una pastilla o que todo el mundo condujera el mismo coche. Y me he visualizado, en el sueño, relajada, sin reírme demasiado, sin estridencias, sólo relajada.

No es que en esos años tuviera la suficiente madurez para mantener esa tranquilidad, pero creo que la nostalgia me viene de cierta despreocupación que ahora ya no tengo. Sólo había una cena, y nada más. No hay horarios, ni miedos porque le ocurra nada a tus hijos, ni esos hijos persiguiéndote por los pasillos hablándote de sus preocupaciones los tres a la vez, ni búsquedas desesperadas por hablar con tu marido (menos mal que nos bastan cinco minutos para poner todo en su sitio, amor).

¿Retrocedería en el tiempo? No. Después de pensar un poco en las sensaciones que me ha provocado cenar con mis compañeros de Máster, me he dado cuenta de que estoy viviendo, evolucionando, haciéndome mayor, teniendo más claro cada vez lo que quiero (nostalgia de periodismo siempre y seguimos buscando oportunidades, que van llegando). Que tener tres hijos es agotador, y quien diga lo contrario miente, pero que un abrazo de uno de ellos te pone en tu sitio. Y me he dado cuenta de que estoy cansada, que es lo que corresponde. Buena advertencia, subconsciente, intentaré descansar un poco, desconectar algo, lograr un poco más de ingravidez que noto cierto peso en los pies. Y lo acabo de hacer, escribiendo, recurriendo de nuevo a las palabras. Convertir realidades y ficciones en palabras es lo que tiene sentido para mí. Suerte que tiene una.

Sueños relacionados:


Érase una vez

lola_salta

¿No empiezan así todos los cuentos?

Érase una vez una niña muy pizpireta que de tanto pizpiratear se quedó turuleta. Andaba esa niña de puntillas, porque a cada paso que daba se le escapaban por los pies estelas de colores que se enmarañaban.

Eran estelas azules y violetas, rojas y a veces negras. Le daba miedo a la niña pizpireta dejar escapar tantos colores de su cuerpecillo, cada vez más delgado por quedarse sin estelas.

Hasta que fue descubriendo que los colores, aunque rebeldes y huidizos, la acompañaban. Se acostumbró a su externa presencia y comenzó a jugar con ellos. Los convirtió en palabras; con la A del azul y la R del rojo bien atados a su cintura la niña llegó a liberar incluso estelas de colores fluorescentes, y trenzó las cuerdas de colores y compuso, desmadejando colores, cuentos y relatos. Ya no andaba de puntillas, para cogerlos al vuelo saltaba.

La niña creció y pasó de ser pizpireta a curiosa e inquieta. Desenredados los hilos de colores tejió su propia historia y, mezclando colores, tuvo a sus hijos, que van andando torpemente de puntillas porque todavía no se han acostumbrados a sus estelas.

La mujer curiosa e inquieta vive en el centro de sus hilos de colores, estelas que se desordenan con mucha facilidad, tanto que a veces la hacen tropezar.

Pero ella, con la paciencia que le ha otorgado el oficio, sigue desmadejando cuerdas, y las convierte en palabras y se las ata con empeño en la cintura, para quedar justo en medio de ellas y, cuando llegue el momento de la despedida, utilizarlas para coger impulso y entonces saltar, saltar.

 

 


El cuarto hermano

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Tengo tres hijos, aunque a lo mejor eso no es verdad.

Esta noche antes de acostarme he sentido miedo porque alguien ha intentado abrir la puerta de mi dormitorio. Cuando he acudido a las habitaciones de mis hijos los he visto a los tres completamente dormidos. ¿Quién habrá sido entonces? Me he vuelto a acostar pensando que el ruido de la puerta podría haber sido fruto de mi imaginación; entonces he escuchado al bebé, que segundos antes dormía, reírse a carcajadas. Estaría soñando, o quizás no.

Antes de conciliar el sueño, he pensado que algún ángel le ha hecho reír. De manera semiinconsciente me he acordado de un niño que no llegó a nacer, pero que fue mío, a quién recuerdo en noviembre porque era la fecha prevista de su nacimiento, sólo unos meses antes que mi hija Martina; qué cosas, no habría nacido ella si hubiera nacido él.

He soñado que ese niño se ha acercado al cuarto del bebé y le ha hecho reír. Luego se ha acostado junto a él y yo lo he despertado. Me ha contado que ha hecho un viaje largo para que yo lo recuerde. Es un niño de casi ocho años, tiene los ojos grandes. Lo he metido conmigo en mi cama, le he acariciado las alas, un poco entumecidas por el largo viaje. Y le he acariciado el cuello, tiene un lunar justo donde empieza la columna vertebral. Me ha explicado que vendrá pocas veces; a los ángeles no les está permitido viajar, pero él se ha escapado y lo volverá a intentar.


El blog de Lola

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Lola escribe sin parar, escribe sin descanso y a veces descansa para escribir. Ya sabéis, así es Lola.

Hijos, a veces hacen sacar lo peor de ti, esa falta de paciencia que parecías tener superada. Pero otras veces te sorprenden haciéndote sentir un amor que tenías guardado en un cajón, escondido en una cómoda, de una habitación al final de un pasillo, al que se accede bajando un sótano, y todo ello bajo miles de llaves y candados. Porque de repente tu hija, que escribe sin parar, te escribe cartas de amor muy particulares.

Lola me ha vuelto a pedir que comparta sus palabras con vosotros, y yo me empiezo a plantear que vamos a tener que crear un blog para ella sola.

No te quiero, no te amo, porque todo mi amor se ha gastado.

No es mi culpa, pero mi corazón ahora es un mar contaminado.

Dirás que soy exagerada, pero no exagero nada.

No me digas «perdón» pero no me digas «adiós».

Dame un abrazo sin exigencias.


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