Esta noche me he trasladado a una casa con una habitación gigante. ¿Una casa nueva? Puede ser y, aunque en la habitación gigante dormimos todos juntos (marido, niños y yo, cero intimidad), en el sueño no me importa.
Es una habitación enorme, como una suite de un hotel, pero todo tiene trampa. Me encuentro danzando por el suelo, a un lado una tarántula, a otro, un escorpión.
Y me veo en la tesitura que me he preguntado alguna vez: ¿qué bicho es más fácil de esquivar? Yo creo que la tarántula, porque el escorpión se me antoja escurridizo, como si en cualquier momento fuera a hacer un movimiento imprevisto, cual serpiente.
Así que he saltado, pies descalzos, por encima de la tarántula sin problema y he ahogado al escorpión con una almohada. Sorry.
Esta noche me he ido a pasar un fin de semana a no sé dónde. Porque realmente no he visto nada del viaje, ni sé por qué ni cómo ni cuándo. Pero a alguna parte he ido porque mi sueño se ha desarrollado en una habitación de hotel.
Tres camas, y las tres que somos nos disponemos a dormir, o a charlar un poco, cuando llaman a la puerta; es una señora que nos pide dejarnos a sus dos pequeños para poder salir de juerga. Nos da cosilla y le decimos que sí. Son pequeños, con una cama supletoria dormimos bien.
Cuando ya estoy acomodada en la cama me entran ganas de hacer pipí. Y cuál es mi sorpresa, cuando me encuentro intentando coger el sueño en la bañera a dos jóvenes que se han cansado de hacer autostop. Digamos que están recién llegaditos de Tarifa. Los acogemos. Mientras siga teniendo mi cama para dormir…
En el váter sentada hay una chica; ha puesto unos cojines y también quiere dormir. Por lo visto la busca la policía pero quien la encuentra primero es su padre (¿de dónde ha salido este hombre?), que lleva meses tras su pista y quiere reconciliarse con ella.
¿Qué queréis que os diga? Yo voy a abrir el minibar.
Que digo yo que a Thomas Mann desde el otro mundo y a editores varios no les importará que copie el título para este post.
Es que hoy he soñado con una montaña, y era mágica. Se componía de una suerte de pasadizos a modo de parque temático. La montaña-parque temático-hotel. Una pesadilla para mí si estoy despierta porque no soy muy amiga de islas mágicas, warners y eurodisneys o similares.
Pero ser huésped de la montaña mágica ha sido entretenido, chulo, y muy raro. Uno de los pasadizos parecía un arroyo, al salir, una fila de niños te felicitaban por haberlo cruzado; uno de ellos era un dispensador de jabón humano, le tocabas la nariz y salía jabón de manos. Muy práctico para quitarte el lodo del arroyo y pasar a otro pasadizo.
En la montaña mágica hay cielo, aunque estés dentro de ella, y hay sol y pájaros volando. Eso lo he observado mientras me llegaba un sobre de manos de un chico, un botones que se parecía a Zero(«El Gran Hotel Budapest»). En el sobre hay una nota con una invitación fascinante, la posibilidad de acceder a una excursión a cualquier parte del mundo que dura dos días. Aunque elijas un destino lejano te trasladas, mágicamente, en un segundo.
Hay varias opciones para elegir: un recorrido en barco por el canal de Panamá, un viaje en globo por alguna parte de Irlanda (visualizo verde y costa), incluso visitar la Atlántida como lo hicieran Pierre Aronnax y el capitán Nemo en «Veinte mil leguas de viaje submarino».
Yo quiero consultar con mi marido la mejor opción, pero no lo encuentro y, mientras lo busco, me voy quedando sin opciones porque otros huéspedes reservan su excursión. Al final sólo puedo acceder a un tour por una caseta de feria typical spanish. ¿En serio?
Mucho he tardado en soñar con Albert Rivera. Teniendo en cuenta que ahora, por ser «presidenciable», lo veo en todas partes, o que por verlo en todas partes es «presidenciable», era cuestión de tiempo soñar con él. Qué poco me gusta por cierto la palabra presidenciable, pero no se me ocurre nada mejor.
Albert, Alberto, no sé cómo se dirá su nombre en suajili, pero con suajilis nos hemos topado esta noche Albert y yo. Supongo que necesito viajar y mi subconsciente me ha llevado a Kenia esta noche. No he podido disfrutar del paisaje, del país, de su gente, de nada. Me acompañaba el presidenciable. La relación con el político un misterio, creo recordar que viajábamos en el mismo avión y nos hospedábamos en el mismo hotel. Y el resto del viaje se me ha pegado como una lapa y me ha ido contando su programa electoral. Me encanta escuchar a Albert Rivera, pero en pequeñas dosis, y desde luego no me gusta escucharlo contemplando un atardecer africano.
En alguna expedición para integrarnos de lleno en la cultura suajili (si es que esto sucede, porque no ha sido un viaje convencional sino soñado) tenía a Albert Rivera en mi cogote hablándome de la llamada que esperaba de Rajoy. Al rato un amable autóctono le ha tirado el maldito móvil al río Mara para hacerlo callar.
Algún día viajaré a Kenia.
La foto que ilustra este sueño es de Kondoa, en Tanzania, pero refleja a la perfección lo poco que he podido ver en mi visita a África.
Últimamente tengo sueños cortos, como muchas veces sin sentido, otras razonablemente relacionados con mi subconsciente. Todos ellos microsueños que me divierten en la mayoría de los casos, por su absurda ocurrencia, por su capacidad de sorprenderme, por su corta duración:
– Ir a París dando un paseo desde mi casa no está mal. Teniendo en cuenta que vivo en Sevilla descubrir que París está tan cerca es algo muy excitante y organizo una excursión con toda mi familia. Pero ellos no me quieren acompañar.
– En uno de mis sueños he encontrado a un fisioterapeuta al que le cuento que me sigue doliendo mi lesión de hombro y, ni corto ni perezoso, me quita todos los huesos de mi cuerpo (indoloro pero raro) y me dice que me olvide de ellos, que no los necesito.
– He pasado muchos nervios cuando me he presentado a un concurso de talentos y he hecho un baile penoso ante un jurado presidido, no me preguntéis por qué, por unos personajes disfrazados con máscaras venecianas. Supongo que la superpoblación de «talent shows» en televisión y las últimas noticias del pánico escénico de Pastora Soler y Joaquín Sabina han tenido que ver con haber soñado algo así.
– Lo que me provoca mucho vértigo es acudir a un hotel al que se accede a las diferentes plantas escalando. Para bajar, caída libre gracias.
– Y nervios y vértigo a la vez me provoca colarme en un concierto de Alanis Morissette (¿dónde te metes?) e interrumpirla en medio de un concierto aludiendo a mi destreza (soñada) con el violín. Quiero tocar el violín junto a sus músicos y convencerla de que la cartulina con la que me he fabricado las entradas valen igual que las oficiales. Les he puesto purpurina y todo.
Yo sé por qué he soñado con Alanis. Después de mucho tiempo he recuperado un CD de su MTV Unplugged que he escuchado millones de veces. Y lo pongo en el coche a todo volumen, y canciones como Uninvited, I was Hoping, o That I would be Good, además las grito junto a ella.
Lo habréis oído en ocasiones, hay que pasar por esa experiencia, hay que vivir en un piso cuando estudias una carrera porque es una experiencia inolvidable. Yo lo he vivido, dos años, lo pasé muy bien, lo recuerdo, con mi inseparable Eulalia, y Christine, y Sonsoles y Silvia y Bea. Eulalia y yo estudiábamos Periodismo; éramos unas idealistas, perfil clásico de estudiante de periodismo curioso, inquieto, entusiasta, enamorado de la profesión. Ya no tenemos casi contacto, pero sé que sigue siendo ese tipo de periodista.
Esta noche he soñado con mi piso de estudiantes. Era un piso de alquiler, y muchos otros estudiantes habrán pasado por allí, pero en mi sueño seguía reservado para nosotros, para cuando quisiéramos visitarlo, para cuando quisiéramos visitar la ciudad. Estudié en la Universidad de Navarra, en la Facultad de Comunicación y, pese a que sigo al día de las novedades, publicaciones y noticias de la Facultad, no he puesto un pie en Pamplona desde que me licencié, hace más de quince años. Pero a veces paseo por aquellas avenidas y por el Campus en mis sueños. En esta ocasión he tenido la posibilidad de «pernoctar» en el piso, pese a que nadie se encarga de su mantenimiento, por lo que he estado toda la noche preocupada por si un botiquín que me he encontrado allí tenía los medicamentos caducados. Empieza el sueño con un toque de nostalgia y acaba siendo un disparate. Después de actualizar el botiquín me he preguntado si sería muy sano cocinar con el aceite de la cocina, no fuera a ser que llevara allí intacto quince añitos. Eulalia, que digo yo que mejor me voy a un hotel.