Por más que me hayan explicado que es inofensivo, que no muerde y que lo han adoptado como animal de compañía, no puedo soportar la idea de que un lagarto de Komodo se haya instalado en mi cuarto de baño. ¡Y tengo que entrar! Que sensación de vértigo he tenido toda la noche; soñar con un lagarto de Komodo no es agradable, se parecen a las serpientes pero «en grande». Y ya sabéis que yo tengo ofidiofobia.
¿Os imagináis intentado entrar a tu cuarto de baño, en el colmo de la intimidad, mirando fijamente al lagarto en cuestión? Me tiemblan las piernas nada más pensarlo. Es más, ahora despierta, los azulejos de «la habitación del pánico» se me antojan fríos y poco acogedores. Que no voy a entrar por si acaso, vamos.