Recopilar recuerdos es cansado, quizás por eso me he levantado hoy con mucho sueño, o a lo mejor porque es lunes y el peso de la semana se acomoda tranquilamente en mi espalda. Recuerdo que he estado recopilando recuerdos. Toda la noche soñando con objetos a los que podría etiquetar con varios adjetivos, todos con un tinte nostálgico: objetos tristes, objetos gastados, viejos, evocadores, recuerdos que ya no están al fin y al cabo.
¿Os habéis preguntado alguna vez qué guardaríais en una maleta si tuvierais que abandonar vuestra vida? ¿Y si pudierais recorrer los años vividos? Yo he estado esta noche en el primer dormitorio que recuerdo fue mío y he abierto la mesita de noche en busca de una hormiga. Guardé durante meses una hormiga en mi mesita de noche y un día me la comí, estaba picante. No había cumplido los cinco años. La maleta pesa aunque sólo haya metido una hormiga, y es que el bichito representa el recuerdo entero de ese cuarto: una nana que me cantaba mi madre antes de acostarme, dar botes en la cama, el nacimiento de mi hermano Juan, llorar para ir al colegio… La maleta ya va pesando, sí.
Los sueños te permiten viajar en el tiempo, y visitar tu clase en el colegio, que puedes incluso oler, a un lápiz al que acabas de sacar punta. El lápiz también me lo llevo, y la maleta pesa porque contiene el recuerdo de más de diez años. Antes de abandonar el cole me he fumado un cigarro a escondidas, en la sala de profesores. Los recuerdos pesan.
Los años de Universidad los he condensado en una canción, Losing my religion, de REM. Hay tres objetos en la maleta, el cuarto es una tijera con la que me corté el pelo, un antes y un después.
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