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El matrimonio tiene sus cosas

family

Pues hoy he adoptado un hijo, de una manera muy particular. Porque mi marido me ha contado que tiene un hijo de la edad de Martina. Os cuento para los que no me conocéis: tengo una hija de dieciséis años, Lola; otra de once, Martina; y Javier, que tiene cinco.

Pues esta noche me he encontrado con otro de once, al que su madre no puede cuidar, que se llama Obadiah, y que es de mi marido. Y yo tan contenta. De repente tengo cuatro hijos. Y no termino de caer en la cuenta de las condiciones en las que ha nacido el niño… en la misma época que Martina. Y yo tan contenta.

Porque me centro solo en el hecho de sumar, de tener otro hijo. Así que a quien me voy encontrando le cuento la historia: «Fíjate tú que mi marido tenía otro hijo, qué gracioso, y nació cuando estaba embarazada de Martina». Mis amigos me miran con recelo, como que les doy pena, pero me ven tan contenta que no me dicen nada.

Que mi marido me los ha puesto bien puestos, pero yo con otro niño, tan contenta. Y me encuentro también a unos primos a los que les cuento lo mismo: «Pues nada, que el niño nació cuando estaba embarazada de Martina. ¡Qué casualidad! ¿Verdad?». Nada más que recibo caritas de recelo.

¿Por qué la gente no comparte conmigo la alegría de ser uno más en la familia?

De repente caigo en la cuenta: ¡¡¡Javieeeeeeeer, la madre que te parió!!!


La puerta del Ratón Pérez (Cuentos «disparate»)

portada_ratón

 

En la familia del Ratón Pérez todo está preparado para el nacimiento de un nuevo ratoncito. La sorpresa es mayúscula cuando descubren que sólo tiene tres patas. Pese a las dificultades del ratoncito, gracias a nuestro protagonista y a una puerta, conseguirá ser uno de los mejores ratones «recoge dientes».

A Martina se le cayó su primer diente un día soleado, martes. Se acuerda perfectamente; de que era un martes soleado y de que había hecho un examen de cálculo por la mañana y había jugado al pilla pilla por la tarde.  Se acuerda de todo porque ese día ocurrieron unos hechos curiosos que ahora vamos a contar. Esa noche Martina preparó muy bien el diente, su paleta izquierda, para que viniera el Ratón Pérez a recogerlo y le dejara, a cambio, algunos euros de regalo.

No le faltó ningún detalle: La paleta metida en una bolsita, harina para que el Ratón dejara su huella, un poco de queso y una carta escrita para él. Y se durmió profundamente, y soñó con el Ratón Pérez, el mundo de los ratones y todo lo que allí ocurría.

En el gran palacio construido con dientes, esmaltados, también blancos inmaculados, iba a nacer el hijo del gran Ratón Pérez, nieto de Don Ratón Pérez, bisnieto del Ratón Pérez y tataranieto del inolvidable Ratón Pérez. (…)

Si quieres saber qué ocurre no dudes en visitar CUENTOS “DISPARATE”  o enviarme un correo a una de estas dos direcciones: cgm_1999@yahoo.com  / cristinagmontero@cuentosdisparate.es y encargar un cuento personalizado.

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El artículo del año: Hormigas en la hierba

hierba

He querido recuperar ahora que termina 2015 el artículo que mejor refleja mi sentir de este año. Lo escribí en Neupic para suscriptores y ahora lo publico en abierto para todos vosotros. Con la que está cayendo y yo clasificando hormigas.

Tumbada sobre la hierba noto que es esponjosa, parece una alfombra, fresca. La observo y me pregunto el porqué de ese efecto acolchado. En la superficie se ven las hojas más verdes, la hierba, las hojitas de distintos verdes, color hierba, color verde botella, verde inglés. Y las hojas muertas se quedan bajo esa superficie llena de vida, sosteniendo las hojitas nuevas, alzándolas para que orgullosas sostengan ellas, a su vez, a las hormigas que por allí pasean.

Hundo un dedo sobre la hierba y compruebo que hay un centímetro o más hasta llegar a la tierra. Definitivamente son las hojas muertas las que le dan ese aspecto de alfombra esponjosa y fresca. Hay unas hormigas muy grandes, gigantes, les veo tres cuerpos, patas y antenas, y unas pinzas con las que me muerden. Hay otras minúsculas, casi microscópicas, parecen una mota de polvo que se balancea por la hierba. Después de un rato observando a las hormigas en la hierba me doy cuenta que no hay dos tipos sino cuatro: gigantes, grandes, medianas y pequeñas. O grandes, medianas, pequeñas y microscópicas. No sé, quizás son de dos tipos, y unas son hijas de otras.

Noto un roce en la espalda, será una hormiga que se ha aventurado a tamaña hazaña. Pero no, es mi hija Martina que silenciosa me acaricia. Ahora, ¡oh, sorpresa!, veo una araña. Es grande, pero no parece amenazadora correteando por la hierba. No me muevo, la veo alejarse, torpona. Quizás si la hubiera visto hace un rato, en el techo de mi cuarto, que observaba hipnotizada, hubiera gritado e intentado matarla. Porque en mi cuarto mirando al techo pensaba otras cosas, si lo conseguiré algún día, si publicaré mis cuentos. Y el libro Lola y el Dragón debo maquetarlo, y decidirme por la autopublicación, ¿Seebook o Amazon? Quizás escriba un email a la editorial que acabo de descubrir, o quizás me decida por el crowdfunding.

Observando la hierba cambio de perspectiva, ahora soy una gigante observando a las hormigas gigantes y sé que no debo preguntarme si lo conseguiré, más bien pensar qué es lo que he conseguido.

Ahora nos sobrevuela una avispa, creo que debo darme la vuelta para esquivarla porque va a picar a mi bebé, que quiere alcanzarla.


De arañas y hombres

araña

Mis tres hijos ocupan distintas partes de mis sentidos y mi cuerpo. Lola es mi cabeza, mis pensamientos. Ella es la que me hace pensar, y pienso si está triste, o contenta, o lo que hablamos lo pienso, y pienso y mi cabeza se despierta con ella y se acuesta con ella. Martina es mi corazón, ella se encarga de su funcionamiento, como un reloj, lo mueve, lo hace palpitar, le hace cosquillas con su risa, su buen humor, sus besos apretados. Javier ocupa mi tiempo, mi piel, es un bebé que me necesita para todo y yo le toco, y él me coge, y llora y ríe y se me ha pegado al cuerpo, y me encanta.

Sueño mucho con ellos, esta noche casi pierdo mi cabeza, y el corazón se me ha parado, y una capa de piel ha desaparecido y mi cuerpo ardía de dolor. Porque una araña gigante se los ha llevado y los ha separado y los ha enredado en su tela de araña. Sin cabeza no se puede pensar en cómo recuperarlos, sin piel no puedo dar un paso, y el corazón se mueve cada vez más lento. Pero me quedaban las manos, las que contienen las palabras con las que escribo, y he cambiado el sueño, y me he convertido en araña, y he tejido una gran tela de araña, y he capturado insectos para mis crías, para mi cabeza, mi corazón y todo mi tiempo.


Pesadilla poco confortable

PULPO

Esta noche he perdido los cojines de mi casa. Yo no los he perdido, porque soy muy ordenada, pero han desaparecido. No me importaría, os confieso, que me ocurriera algo así, porque a veces me dan ganas de tirarlos por la ventana y renovar.

Pero también han desaparecido los de los sofás, y las almohadas. No nos podemos sentar, y dormir tampoco. De manera que he tenido que salir en busca de los cojines, porque eso es lo que se hace en los sueños, cambiar de escenario y esperar a que salgan en escena. Y los cojines han aparecido en una playa, custodiados por unos pulpos gigantes que duermen apaciblemente mientras toman el sol. Duermen, apaciblemente, pero son una auténtica amenaza. Pulpos gigantes, bestias capaces de engullirte de una atacada si intentas cogerles algún cojín.

Me acompaña mi hija Martina que, pese a mis advertencias, quiere tocar a los pulpos, se acerca a ellos, corretea a su alrededor, se tumba a su lado, y se acomoda en una almohada rellena de plumas de oca… ¿Que si se han despertados las bestias? No lo sé, he huido de allí aterrada, con mi hija en brazos protestando, y hemos puesto rumbo a Ikea.


Martina lee a Alberti

Martina ha aprendido a leer hace relativamente poco. Lo sé, ha tardado, pero ahora que ya ha adquirido seguridad está entusiasmada. Tanto que busca entre los libros de mamá para leer los títulos en voz alta, con el consiguiente dolor de cabeza de los demás. Y buscando buscando ha encontrado «Baladas y canciones del Paraná», de Rafael Alberti. Le ha llamado mucho la atención, no sé si ha sido por la portada (que tiene impresa una paloma de Picasso), o porque la estética de la poesía le ha parecido menos densa que los «tratados» que encuentra en otros libros.

Los barcos pasan tan cerca

de la orilla,

que bien pudieran llevarseparaná2

una rama de los sauces

de la orilla.

Está tan cerca la orilla,

que si los barcos quisieran

también pudieran llevarse

un caballo de la orilla.

¡Qué bien estar a la orilla

de esta orilla

en donde pueden los barcos,

si es que los barcos quisieran,

llevarse al mar un caballo,

una rama de los sauces

y la orilla!

Me ha pedido leerlo. Yo al principio creí que se cansaría pronto, que no iba a entender nada, pero no subestiméis la sensibilidad de una niña de seis años y la capacidad de transmitir de Rafael Alberti con su poesía; Martina lee y lee «paloma del Paraná, vuela y vámonos». Fantaseo con la idea de que Alberti y mi hija se comunican, establecen una conversación cuando Alberti le susurra: «Cantas raro,/ pajarraco./ Repites letras y letras,/ y nadie atiende a tu canto./ Y si lo atiende… ¡Qué risa,/ pajarraco!»

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Martina.

Martina II (Happy).


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