Archivo de la etiqueta: Miedo

Nunca me gustó la palabra cuarentena

maquina_esribir

Mucho se ha escrito sobre la cuarentena que estamos viviendo; algo desconocido que dos días antes (literal) no podíamos ni imaginar. Y a mí no me gusta dar consejos, ni tengo mucho arte para hacer bromas y menos me gusta meterme en discursos políticos porque no tengo alma de «cuñao». Ya votaré o no en las siguientes elecciones, si me dejan salir de casa.

¿Entonces qué creéis que os voy a contar sobre la cuarentena? Una pequeña reflexión sobre mi experiencia, como siempre con el afán de entretener, un relato. Nada de lecciones, ni reflexiones morales, que no es mi campo ni lo pretendo. Si acaso que os sintáis identificados, o no. Soy el humilde bufón de la corte, el que con creatividad evadía de las preocupaciones de la guerra. Tengo claro cuál es mi vocación; soy la escriba y, aunque a veces nuestro afán parezca trivial, yo estoy muy orgulloso de él. Es vital.

Me ha ocurrido algo curioso estos quince días que llevo sin salir de casa, que no desconectada. Y es que he reflexionado sobre dos cosas sobre las que ya reflexionaba antes del encierro: el presente y el miedo. Me he dado cuenta de que estos días no me han cambiado. He oído hablar mucho de eso, de que esta situación nos va a cambiar como sociedad. Sin identificarme en absoluto con las personas afectadas por el coronavirus (enfermos, fallecidos y familias), y los profesionales que están al pie del cañón, que a ellos sí que les va a cambiar esta experiencia, yo sigo batallando con las mismas preocupaciones.

Con las mismas despreocupaciones, debo decir, porque llevo entrenándome bastante tiempo para vivir sin miedo y anclarme en el presente. Lo conseguí hace un año, por lo que ahora lo puedo poner en práctica sin forzar demasiado.

Me preocupo, pero no tengo miedo, porque el miedo es mirar a mañana y yo ya no hago eso. Incluso he tenido la tentación de no escribir esta reflexión hasta que no acabe la situación, pero estaría haciendo trampa. Es hoy, y no tengo miedo, y no voy a tentar a la suerte porque lo escriba. Mañana si pasa algo, se afrontará.

Soy una privilegiada debo decir; por ahora no nos encontramos mal ningún miembro de la familia, estoy trabajando como nunca, escribiendo muchísimo, riéndome también con algunas ocurrencias referentes al confinamiento, me van ustedes a permitir. Por Dios, si incluso puedo echar un polvo de vez en cuando.

Como digo, una no está exenta de preocupaciones, ni de malos ratos, pero me los producen las mismas cosas que antes del encierro. Mis  hijos son mi talón de Aquiles, os he de confesar.

Será por ese anclaje al presente que conseguí por fin hace tiempo, será porque ya trabajaba desde casa y estoy acostumbrada a llevar unas rutinas dentro (fuera pijama tempranito por la mañana), el caso es que por ahora esta experiencia no me ha cambiado. Mañana, no sé lo que pasará.

 


Te escondes

pasillos

No he encontrado a mi subconsciente esta noche, y lo he buscado. Porque si hay algo que me gusta de él es que dirige mis pasos. Y a veces necesito dejarme llevar.

Lo he maldecido en innumerables ocasiones porque es atrevido y me hace pasar miedo. Pero me ha producido más miedo no encontrarlo; mis sueños se han convertido en pasillos oscuros por donde andar a tientas, tocando paredes rugosas para no perder el equilibrio.

Mi subconsciente me hace pasar vértigo, pero la falta de vértigo me ha otorgado una pesadez insoportable. Malo, subconsciente, que tomas forma de serpiente y ahora te evaporas.

 


Adiós sentimiento de culpa

ventana

Que me provocas pesadillas. Adiós, adiós. Te has convertido en una cadena demasiado pesada de llevar, atada a mis pies. Es que no puedo dar un paso más llevándote a cuestas. Doy pasos, pero en círculo, no avanzo.

Creía que si te abandonaba sería menos empática con el sufrimiento de los demás, pero ya no lo creo. Creía que me descontrolaría, pero ya no lo creo. Tenía miedo a que si te dejaba en el camino iba a sentirme culpable, pero ya no tengo miedo. Creía que iba a ser menos responsable sin ese tirón en los pies, pero ya no lo creo.

Me resisto a dejarte, por si darte la espalda es dar la espalda al orden que tanto me gusta, por si al sentirme ligera me voy a volver más egoísta; pero voy a dar esos pasos, tranquila, despacio… y si cojo carrerilla me haré un salvavidas de palabras, pero no de sentimiento de culpa.

Estás en mi pasado, te huelo en mi futuro, estás en mi ADN pero me voy a rebelar. La atmósfera que me rodea es más pesada de lo normal, y yo estoy acostumbrada a tejer con ese aire plomizo mis relatos y mis cuentos. Me da miedo quedarme sin ese espacio cargado, pero quizás encuentre materia nueva en la ligereza con la que ansío avanzar.

Creía que si te dejaba iba a dedicarme a mirarme el ombligo, incluso_ qué torpe eres a veces, sentimiento de culpa_ que iba a caer en un hedonismo extremo sin importarme en absoluto los problemas de los demás. Pero ya no lo creo. Creía que si te abandonaba iba a perder mi fe, esa que tiene la textura tan fina y con la que hago siempre juegos malabares para que no se me escape de entre los dedos. Ya no lo creo, aunque Dios y yo tenemos una conversación pendiente que ya no te voy a contar.

Te he confundido con un guía que me lleva por el buen camino. Pero has ralentizado mis pasos, y el camino se bloquea. Me voy a asomar a esa otra ventana, no voy a lanzarme al vacío, sólo asomarme y respirar un aire menos pesado.


El ascensor ruso

ascensor

Esta noche he sentido un miedo atroz. Me he visto obligada a jugar a un juego peligroso acompañada de mis hijas. Las tres, impresionadas y asustadas, entramos en un ascensor que parece tener vida propia y dirige nuestros pasos. Es ruso, lo sé porque mi subconsciente me lo ha confirmado y porque podemos leer «as-cen-sor» en alfabeto ruso.

Es metálico, gris, las puertas de dos hojas, apertura central. Más bien cierre central, porque es cuando las puertas se cierran cuando sentimos un escalofrío en la espalda. El ascensor sube a un piso que nosotros no elegimos; mientras sube observo a mis asustadas hijas, la pequeña aprieta con fuerza un muñeco.

Salimos a un pasillo y nos enfrentamos a un edificio ruso. Ya no estamos en un pasillo si no en la calle. Tened en cuenta que el adjetivo ruso en este sueño no tiene las connotaciones de «Guerra y paz» o «Pnin», más bien de la KGB o Putin. Y tened en cuenta también que las connotaciones son fabuladas, soñadas y nada contrastadas. Dan miedo. El edificio es blanco, y se han cometido atrocidades dentro. Tenemos que entrar, accedemos a una sala vacía, suelos de madera y dos puertas. Si salimos por la puerta más cercana el exterior se pixela, también nosotras. Pero es tan difícil salir por la puerta del fondo, la que nos libera.

Lo conseguimos y al día siguiente de nuevo entramos en el ascensor. Hay una novedad, una foto al lado de los botones, de nosotras el día anterior, mi hija pequeña abrazada a su muñeco. De nuevo el pasillo, y el edificio blanco y las puertas.

Tercer día, el ascensor parece más pequeño, el pasillo más oscuro, notamos una presencia, que se acerca, ¿cuándo aparecerá el edificio blanco?

 


El cuarto hermano

nino_espaldas

Tengo tres hijos, aunque a lo mejor eso no es verdad.

Esta noche antes de acostarme he sentido miedo porque alguien ha intentado abrir la puerta de mi dormitorio. Cuando he acudido a las habitaciones de mis hijos los he visto a los tres completamente dormidos. ¿Quién habrá sido entonces? Me he vuelto a acostar pensando que el ruido de la puerta podría haber sido fruto de mi imaginación; entonces he escuchado al bebé, que segundos antes dormía, reírse a carcajadas. Estaría soñando, o quizás no.

Antes de conciliar el sueño, he pensado que algún ángel le ha hecho reír. De manera semiinconsciente me he acordado de un niño que no llegó a nacer, pero que fue mío, a quién recuerdo en noviembre porque era la fecha prevista de su nacimiento, sólo unos meses antes que mi hija Martina; qué cosas, no habría nacido ella si hubiera nacido él.

He soñado que ese niño se ha acercado al cuarto del bebé y le ha hecho reír. Luego se ha acostado junto a él y yo lo he despertado. Me ha contado que ha hecho un viaje largo para que yo lo recuerde. Es un niño de casi ocho años, tiene los ojos grandes. Lo he metido conmigo en mi cama, le he acariciado las alas, un poco entumecidas por el largo viaje. Y le he acariciado el cuello, tiene un lunar justo donde empieza la columna vertebral. Me ha explicado que vendrá pocas veces; a los ángeles no les está permitido viajar, pero él se ha escapado y lo volverá a intentar.


El asesino es el padre

Y Mónica y yo lo sabemos, pero no encontramos la forma de incriminarlo. Ha robado el móvil de su hija y utiliza sus fotos de Facebook para engañar a sus allegados y hacerles creer que está en una excursión. Si pudiéramos quitarle el móvil quizás podríamos demostrar que ella no envía los mensajes.

Temblando de miedo meto la mano en el bolsillo de su chaqueta, que se ha dejado un momento olvidada, y cojo el móvil. Se lo doy disimuladamente a Mónica. Pero inmediatamente nos damos cuenta de que con el teléfono en nuestro poder no podemos demostrar que el asesino es el padre. En todo caso podemos hacer notar que algo ha pasado, que la niña no está de excursión, pero si tenemos nosotras el móvil pareceremos culpables. Lo mejor será que lo devolvamos.

Cuidado, se acerca.


A %d blogueros les gusta esto: