
Que no me deja disfrutar ni siquiera de una fiesta de cumpleaños. Hoy he soñado contigo, Mónica, y espero que me perdones porque me has invitado al cumpleaños de tu hija mayor y he sido de lo más desagradable con todo el mundo. Porque, aunque he llegado a tiempo a tu casa, situada a los pies de una montaña nevada por cierto, no he saludado a nadie hasta que no he organizado las mochilas de mis hijas.
¿Te has perdido? Te lo explico mejor: vives en una casa al pie de la montaña, como Heidi, organizas una fiesta de cumpleaños, llego pronto, aparco, saco las mochilas del coche, me siento en la puerta de tu casa y no dejo entrar a las niñas hasta que los estuches están organizados. Porque los lápices de madera tienen que estar en un sitio, y las ceras en otro, y los sacapuntas, reglas y gomas de borrar en un bolsillito pequeño.
Cuando más concentrada estoy en esta operación aparece tu marido para ofrecerme un refresco. Mi cara es tan gráfica que se aleja de mí sin mediar palabra (diría que incluso asustado). Entonces se acerca a mí tu madre para enseñarme un calendario que le han regalado a tu hija con fotos familiares:
– «Señora, ¿no ve que estoy ordenando?»
Tu madre definitivamente me ha desconcentrado por lo que tengo que volver a empezar, y en la puerta de tu casa de montaña tiro todos los lápices al suelo cual madrastra malvada: «¡Niñas, a ordenar!».
Martina es mi hija pequeña, y Valentina es la hija mayor de mi amiga Mónica. Martina y Valentina tienen la misma edad, un nombre parecido y una gran amistad. Parecen hermanas, pero esta noche Martina no ha podido ver a Valentina soplar las velas porque su madre está loca de atar.
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