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Soy escritora pero me expreso como el culo (Oops, perdón)

Cuando escribo encuentro siempre las palabras que necesito, pero pobre de quien quiera mantener conmigo una conversación.

caras

Tengo facilidad para escribir, es un don. Lo haré mejor o peor pero no tengo miedo al folio en blanco. A veces memorizo en mi cabeza un texto antes de plasmarlo; no necesito por ejemplo andar escribiendo ideas en una libreta, las memorizo. Lo suelo hacer mientras me ducho, mientras conduzco… Suele ocurrirme que mientras compongo en mi cabeza diferentes frases, relatos, expresiones, alguien me habla y yo, despistada, no sé qué contestar.

Pero cuando hablo, quizás por andar sumergida en el mundo paralelo de la expresión escrita, o simplemente por una cuestión de falta de destreza, no encuentro las palabras. También he pensado que la razón es otra, que mi mayor estimulación intelectual es la que me proporcionan tres niños pequeños a los que cuido con esmero, no hago otra cosa de hecho. Y si a mi hija no le hacen una «ecografía» si no una «coreografía» en la barriga, yo no le voy a ir a la zaga. Aunque mis hijos no me enseñan palabrotas, que ese es otro cantar.

No encuentro las palabras en mi día a día pero me niego a describir las cosas como «la eso», «la puñeta esa» o «el esto». Así que desde hace algún tiempo sustituyo esas palabras que no alcanzo a recordar por otras, no necesariamente sinónimos, sino palabrejas, algunas reconocidas en nuestro diccionario, otras inventadas.

Este verano anidaron en mi casa unos cernícalos. Salvamos a uno pequeñito que se había caído del nido y han sido nuestras «mascotas» durante un tiempo. Nunca me he dirigido a ellos llamándolos por su nombre, «cer-ní-ca-los». Les he llamado cosmonautas, caripollos y tentáculos.

Todo se complica cuando te compras una bicicleta y tienes que bajar el sillín y el manillar para adaptar el cuerpo. Imposible decir una frase tan larga de corrido, entonces bajas el «sitio» y los «guantes» para adaptar el «intrínseco».

Y qué decir cuando tienes que llamar a tus hijos por su nombre. Imposible. Les suelo rebautizar con nombres literarios, a Javier le llamo Kafka Tamura, a Martina Boo Boo Tannenbaum y a Lola Nadia Orlov. Sé que es más difícil pero es lo primero que se me viene a la cabeza. Ellos lo aceptan como un juego y contestan.

Nada de actualidad. Aunque a veces profesión obliga. Ayer quise encender la televisión para ver el buen ambiente que hay (ironía) pero no encontraba el mando a distancia. Mis gritos se oyeron en todo el vecindario: «¿¡Qui-én-ca-ra-jo-ha-co-gi-do-el-es-pe-jo-re-tro-vi-sor!?».


Sin ropa

Oopps

Seguro que lo habéis soñado alguna vez. En la calle, sin ropa. Desnuda. Escondiéndome. Vértigo, vergüenza. Mmmmm, ¿hacia adónde voy? Por el momento no me cruzo con nadie pero es cuestión de tiempo que el murmullo de gente que escucho acercarse me sorprenda «desnudita perdía». ¿Qué puedo hacer?

– Ponerme un traje de gitana que me he encontrado, celeste, con lunares blancos, pequeño, pequeño.

– Andar como si nada pasara, desnuda, muy digna, cabeza alta.

– Convertirme en estatua humana.

-¡¡¡¡Correr!!!!


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