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El ascensor ruso

ascensor

Esta noche he sentido un miedo atroz. Me he visto obligada a jugar a un juego peligroso acompañada de mis hijas. Las tres, impresionadas y asustadas, entramos en un ascensor que parece tener vida propia y dirige nuestros pasos. Es ruso, lo sé porque mi subconsciente me lo ha confirmado y porque podemos leer «as-cen-sor» en alfabeto ruso.

Es metálico, gris, las puertas de dos hojas, apertura central. Más bien cierre central, porque es cuando las puertas se cierran cuando sentimos un escalofrío en la espalda. El ascensor sube a un piso que nosotros no elegimos; mientras sube observo a mis asustadas hijas, la pequeña aprieta con fuerza un muñeco.

Salimos a un pasillo y nos enfrentamos a un edificio ruso. Ya no estamos en un pasillo si no en la calle. Tened en cuenta que el adjetivo ruso en este sueño no tiene las connotaciones de «Guerra y paz» o «Pnin», más bien de la KGB o Putin. Y tened en cuenta también que las connotaciones son fabuladas, soñadas y nada contrastadas. Dan miedo. El edificio es blanco, y se han cometido atrocidades dentro. Tenemos que entrar, accedemos a una sala vacía, suelos de madera y dos puertas. Si salimos por la puerta más cercana el exterior se pixela, también nosotras. Pero es tan difícil salir por la puerta del fondo, la que nos libera.

Lo conseguimos y al día siguiente de nuevo entramos en el ascensor. Hay una novedad, una foto al lado de los botones, de nosotras el día anterior, mi hija pequeña abrazada a su muñeco. De nuevo el pasillo, y el edificio blanco y las puertas.

Tercer día, el ascensor parece más pequeño, el pasillo más oscuro, notamos una presencia, que se acerca, ¿cuándo aparecerá el edificio blanco?

 


Pasillos

pasillo

Algo tienen los pasillos que aparecen muchas veces en los sueños. Por lo menos en los míos. Pasillos estrechos, pasillos de tu infancia, oscuros, interminables. Esta noche también, también he soñado con un pasillo. Se tambaleaba un poco, como los de la Casa del Terror, ¿os acordáis? Nunca me gustó la Casa del Terror ni sus pasillos tambaleantes.

Pero he ido avanzando como he podido, agarrándome a las paredes que se estrechaban cada vez más. He sentido un poco de claustrofobia, pero he ido avanzando como he podido. Porque en los sueños avanzas pese a no saber qué te vas a encontrar al final del pasillo.

 

Suelo ser valiente en mis sueños, atrevida, y curiosa. Quería saber lo que había tras la oscuridad. Y lo he descubierto: Un taller clandestino de ropa, donde he encontrado un top justito, de esos que dejan el ombligo al aire, con una tela de corazoncitos fucsia. Estaba en cantada con mi top, y además recuerdo haber comentado: «Me encanta, es muy del estilo de Terelu«. ¿Me podéis explicar en qué estaba pensando?


Una casa

Lo primero con lo que me encuentro es con un pequeño hall, que da directamente al dormitorio principal; recuerdo unas jarras de cristal y plata de la cómoda, que ahora tengo en mi casa. A mano derecha un estrecho y largo pasillo. La primera habitación huele a libros y a toquilla de lana; de la cocina recuerdo una panera y la bechamel. Al final del pasillo una mesita con el teléfono y un tapete extraño con el que me gusta jugar. El salón huele a rosquillas de anís y terciopelo color mostaza. Los cuartos de baño pequeños, la Nivea siempre presente y la cisterna muy ruidosa. Otra pequeña habitación rosa con una casita de madera colgada en la pared. El recorrido termina en una salita de estar donde están nuestras fotos. Me gusta especialmente una silla con los reposabrazos anchos, de madera, que muevo para hacerlos crujir.

Cuando duermo, ¿por qué recorro esta casa una y otra vez?


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