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Calma

Hoy mi calma ha llegado en forma de camiseta blanca.

Mi marido, que padece insomnio, me pregunta últimamente cómo es mi proceso de sueño. Porque yo duermo taaan bien. ¿No te desvelas? ¿No tienes conversaciones en bucle? Pocas veces, porque mi serpiente va en busca de la calma allá donde sueñe. Y pese a tener pesadillas o presenciar asesinatos, la sangre que aparece en mis sueños es densa, es calma.

Y hoy he sido muy consciente de esa paz. Hoy me encontraba entre un grupo de personas algo nerviosa hasta que ha aparecido alguien con una camiseta blanca. Me ha cogido la mano, me he acomodado en su pecho y me he relajado como si estuviera apoyada en una almohada. Entonces me ha dicho una frase preciosa sobre el amor; tenía que ver con el vértigo que produce confiar en alguien ciegamente, pero no consigo acordarme de las palabras exactas. El resto de la noche he estado intentando recordar. Nada. Por lo menos me queda el recuerdo de la calma.

Los viernes suelo trabajar escuchando música. Cuando he descubierto esta canción me ha parecido que podría haber sonado en mi sueño de hoy. Siempre hay una canción para explicar algo.


Portugal

La paz siempre la encuentro en Portugal. Esta noche he soñado que la casa que habito me hablaba. La madera cruje. 


Allegro Non Molto

Sueño mucho con la muerte, y de uno de mis sueños nació este relato escrito ya hace unos años. Os aconsejo que lo leáis escuchando esta música:

Ha llegado el momento, me dirijo a un entierro, con una sensación que lejos de parecerse a la tristeza, me deja confundido. Definitivamente me siento algo vacío, raro, me duele la cabeza y estoy nervioso. No suelo ir a los entierros de mis pacientes, pero han sido tantos los meses que he pasado con Cristina, que siento que me debo despedir de ella como Dios manda. Y parece que Dios “manda” hacerlo en una Iglesia presidida por un ataúd. ¡Qué tradicionales somos, coño! Aparco el coche, y allá voy… espero que la caja no esté abierta.

“Y aquí entra en escena el enfermero que siempre andaba alrededor de la cama de la muerta”, digo yo que así me verán algunas caras conocidas que fueron al hospital y ahora diviso al poner un pie en la puerta (el ataúd está cerrado, menos mal). Me siento, el culo se me queda congelado, uno no se siente confortable ni reconfortado en estos sitios; estoy suspirando Cristina, ¿dónde estás? ¿Aquí con nosotros? Comienza la Misa, la despedida, todos en pie, siento que me mareo más. Espero que no sea ésta una de esas ceremonias en las que un familiar y/o amigo, micrófono en mano, cuenta las bondades de la desaparecida. Desde luego su hija y su marido no creo que puedan: antes he visto al viudo en cuestión y tiene la mirada perdida, le ha costado llegar hasta el banco, el primer banco reservado a los familiares, que digo yo estarían mejor en su casa, tumbados en la cama llorando la pérdida. La ironía me sirve para retrasar la sensación de tristeza que empieza a aflorar.

Una ceremonia corta, ya hemos terminado pero… no puede ser, esas notas las reconozco. Por Dios, (la de veces que me estoy acordado de Dios hoy, ¿me estaré ablandando?) suena el Invierno de Vivaldi, sin duda. Recuerdo las intenciones de Cristina, pero creía que no iba a cumplir su amenaza. Emma se vuelve hacia mí con una sonrisa cómplice; acaba de cumplir dieciséis años y quizás ésta sea la última vez que su madre la haga reír. La noto muy serena. A cada nota – esto va en crescendo – se me va acelerando el corazón.

Hace unas semanas, cuando mi amiga era consciente de que su final era inevitable, me comentó que siempre había fantaseado con la posibilidad de que en su entierro sonara el Invierno de Vivaldi:

“Pero no por esa tontería de hacer un símil entre el invierno y el final de nuestras vidas, no va por ahí la cosa. Lo que yo quiero es provocar una tristeza infinita a los asistentes a mi funeral. ¿Te imaginas? En el Allegro Non Molto, justo en esos momentos en los que parece que los violines van a estallar, todos mis amigos llorando a moco tendido”.

Y utilizó Cristina una expresión muy acertada, “llorar a moco tendido”, porque ahora mismo juro que estoy escuchando hipidos y sollozos; flotan en el aire los kleenex. La señora que tengo a mi lado me mira extrañada, con expresión inquisitoria, porque yo tengo una sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos parecen decir: “¡Qué insensible, pero si esto es como una catarsis conjunta, una terapia de grupo barroca!”. Qué quiere que le diga buena mujer, yo sonrío porque acabo de descubrir que los muertos pueden enviar mensajes a los vivos. Suena la apoteosis final, ahora sí, señora, ¿me dejaría usted un pañuelito?

Voy a besar a Emma para despedirme y me da un CD: “Mi madre me tenía reservada una última sorpresa. Me ha grabado una cinta con sus canciones preferidas. Pero la muy bruta me la ha hecho llegar después de su muerte con una carta. Me conocía muy bien y quería que me desahogara pronto. Como sé que hablasteis mucho en los últimos tiempos, y además de música, te he hecho una copia, para que llores tú también”.

Me dirijo al coche y le echo un vistazo rápido al “regalito”, reconozco escritas con letra infantil algunas canciones en parte previsibles, como Hotel California, otras no tanto: aquí hay algo de Aznavour; Numb de U2, recuerdo que no sabía por qué extraña razón esta canción la excitaba; y también está presente la boda de Michael Corleone. Ésta es mi chica.


No le tengáis miedo a la muerte

Porque la muerte nos regala a todos un último instante de paz.


Un sueño para no dormir

Creo que os lo he comentado este verano, si no, sabed que he terminado de leer Guerra y Paz  hace unas semanas. Hay un personaje con el que me encariñé especialmente, el de la princesa María Bolkonski (leeros Guerra y Paz). Y como me suele ocurrir en ocasiones con los personajes de los libros, les pongo el rostro de algún actor o actriz. De manera inconsciente. Con la princesa María me vino a la mente el rostro de una chica a la que no lograba poner nombre. Sabía que la había visto en alguna película, pero no había manera de dar con ella. Esta noche en mi sueño se me ha revelado quién es: Anne Dudek. La conocía de la serie House. ¿Os acordáis de la novia fantasma de Wilson, ésa que se le aparece a House en sus alucinaciones? Ya os advertí que era una friki de las series. No me gusta dar rodeos pero quería poneros en situación. La protagonista de mi sueño de esta noche tiene la cara de Anne Dudek (foto), y la personalidad de María Bolkonski, dulce y abnegada, pero con tintes de una mujer de nuestro tiempo.

Ha sufrido, llamémosla Anne, en mi sueño. Estar encarcelada en un país en guerra no es fácil. ¿El país? No lo sé. ¿Los motivos del encarcelamiento? Seguramente injustos. Anne siempre mira a su alrededor, siempre está en guardia, pese a estar profundamente sola, y conoce cada grieta, cada mancha de humedad, cada decoloración de las paredes de su celda. Reza, intenta no perder la esperanza, llega a hablar con las cucarachas. Pero no está loca, todo lo contrario, intenta no perder la calma. Memoriza, investiga las razones que la han llevado hasta allí, los malos entendidos, se rebate a si misma, y sobre todo no pierde la calma. Cada vez está más sucia, a veces es llevada a un patio, algunos días. En el camino sigue en guardia.

¿Qué mientras yo que hago? Intento entrar a través de sus ojos en su pensamiento y en su alma. Intento saber lo que ha memorizado, rebatido, analizado. Intento ayudarla.


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