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La niña sin nombre

¿Cuánto dura un sueño? Poco tiempo si lo comparamos con nuestro día a día, nuestros meses y años. Una noche como máximo, y supongo que minutos en ocasiones. A mí me sorprende que en ese poco espacio de tiempo se condensen sentimientos que en nuestra vida normal tardas días, meses y años en componer.

Eso me ha pasado hace poco con un sueño que he tenido y me ha dejado muy impresionada. Porque he vivido una aventura con una sobrina que no existe en realidad. Tengo tres sobrinos de mis hermanos; el mayor tiene dos hijas y el pequeño un hijo. Pero en mi sueño tenía dos. Una hija de mi hermano pequeño que en realidad no tiene.

Y en ese rato que ha durado el sueño se ha condensado el cariño, ternura y amor que puedo sentir por mis otros sobrinos a los que he ido tratando varios años, seis, cinco y tres. Una niña pequeña, rubia con los ojos negros, pizpireta y muy atrevida. Se ha metido conmigo en una piscina para aprender a nadar, y a veces se ha lanzado sin flotador la muy loquilla.

Después nos hemos secado con albornoces cantando canciones y la he invitado a merendar.

¿Os podéis imaginar la pena con la que me he levantado cuando he descubierto que esa niña no existe? Como una pérdida. Pero aquí queda su recuerdo, quién sabe por dónde andará. No me he atrevido a ponerle nombre.


Tantos detalles

Me ocurre cuando sueño que los detalles más concretos me mantienen afianzada en la escena. Porque cuando sueño, aunque forme parte de lo que ocurre, siempre noto la perspectiva de estar observando. Y es mi subconsciente el que se mueve por allí mostrándome esos detalles que aparentemente no son relevantes para la historia.

Como un atrezo necesario. Un descampado por el que paseaba en uno de mis sueños se convirtió en una feria descomunal y recuerdo perfectamente las luces, que eran de color violeta de uno de los puestos, las tazas de porcelana y la carpa que había encima de mi cabeza, porque la tela estaba un poco ajada. Y yo me pregunto qué importa si la tela está ajada teniendo en cuenta que el sueño iba por otros derroteros.

El atrezo de mis sueños es siempre impecable. Otro día, cuando me entrevisté con el Papa, al escritorio que se encontraba detrás nuestra no le faltaba nada; recuerdo unos sobres verdes y un marco con una foto de una pareja en blanco y negro. Nada que ver con el sueño, que lo que tenía que absurdo es que estuviera con el Papa y lo dejara plantado para trabajar con James Franco.

Y así ha sido siempre, los escenarios de mis sueños, por muy surrealistas que sean, están perfectamente «creados», «pintados». Hace poco que soy consciente de ello y creo que eso me hace sentirme casi siempre muy segura dentro de ellos. La serpiente sabe lo que hace.


Buena suerte

Tengo muy buena suerte, nunca me aburro. Y he desarrollado con el tiempo una capacidad (¡qué suerte!) de asombrarme con los pequeños detalles, la cotidianedad, los secretos que me cuentan las paredes y las almohadas.

Cuando voy a dormir además viajo (ya lo sabéis; nueve años de blog lo confirman). Me preparo con el consiguiente ritual, en el que me hablan las sombras. En los últimos días me deleito con el juego de luces que hace una pequeña rendija del cuarto de mi hijo pequeño. Se proyecta en el mío y forma dos líneas perfectas de luz. Me tranquiliza verlas. Entonces disfruto de mi soledad, me acurruco en la cama y comienza mi desencarnación. Acompañada de mí misma, dispuesta a alejarme y tener sueños lúcidos. Qué buena suerte.

En la última semana he asistido a un suicidio colectivo, en el mar, nada traumático, algo de ciencia ficción. Y a un parto, doloroso para la madre, pero que nos ha hecho sentirnos muy vivos a todos los presentes. También he tenido que hacer de detective y viajar hasta Cuba en busca de uno de los suicidas, que ha aprovechado el siniestro ritual para hacerse el muerto y escapar de problemas con la ley. Y tengo mucha suerte, porque he sentido calor y he notado la textura de las camisas de lino blanca que llevamos todos. El tacto de la tela, sin sujetador, sin sudor.


Sexo en susurros

Desabrocha tu camisa azul marino para que ponga mi mano en tu pecho. Y el beso me lo das en el cuello.

En los sueños me quieres como a mí me gusta. Y luego te lo susurro y lo haces realidad.

Dirige mis manos hacia donde quieras, porque hoy he soñado que las yemas de mis dedos producían electricidad. Y la electricidad ha viajado hacia allí, que me está esperando para dar paseos interminables por su calles, los dos de la mano, y la noche que no acaba.

En los sueños los susurros apenas se escuchan, somos ciegos y sordos, pero la piel está atenta. Y estamos solos, y tenemos todo el tiempo del mundo.


Imagina

Hoy os voy a contar sueños de otras personas. Ayer dos amigos míos, que no se conocen entre sí, hicieron algo juntos, soñar e imaginar. Me conmovieron, y eso que yo soy dura para estas cosas.

Ayer se pusieron a imaginar lo que harían cuando salgan de casa y termine esta pesadilla. Es algo sencillo, me apunto a ambos planes. Él se imagina, me lo cuenta su mujer, yendo a Tarifa, «comer en familia y tomar una copita en el chiringuito blanco que hay a pie de playa, y que los niños estén por allí danzando».

Ella tuvo un sueño: «Un sueño que deseo con todas mis fuerzas; que estaba en el parque rodeada de niños».

Samara y Antonio, hoy os dedico este «Imagina». Gracias por conmoverme.

 


Me sigues gustando

Me sigue gustando escribir, me sigue gustando respirar y soñar; contaros mis sueños, ya sabéis, que no anhelos, sino relatos, palabras que se componen primero en mis entrañas y luego salen a través de la yema de los dedos.

Anoche no me podía dormir, demasiada información y poca capacidad de análisis. Y dudas; me quería meter en la cabeza de mis tres hijos para intentar comprender cómo están pasando estos días en los que no salimos de casa. Empeñada yo, en leerles la mente cuando no hay necesidad.

Pero al final me he dormido; y mi subconsciente me ha dado una tregua. A veces se porta mal conmigo, pero hoy ha sido bueno y me ha trasladado de nuevo al concierto de Depedro al que fui en diciembre. Ese concierto, que viví con dos amigos que me alegran la vida, se ha convertido en algo muy simbólico para mí por varios motivos, que se resumen en un «fui porque me dio la gana» que para mí es muy importante.

Todo llegó a través de la canción que comparto con vosotros, de escucharla en bucle y poder tararearla en el concierto y que hoy he cantado también en mi sueño.

Volveremos a irnos de concierto.