He tardado en darme cuenta esta mañana que las manos no las tenía manchadas de verdad de pintura y restos de polvo de oro. He estado toda la noche realizando una manualidad muy delicada y juraría, al despertarme, que todavía podía oler el barniz.
Esta noche en mi sueño he estado restaurando un jarrón de cerámica con una técnica muy especial, el kintsugi. Es una técnica de origen japonés para arreglar fracturas de la cerámica dando lugar a piezas preciosas. Se utiliza el kintsugi como una metáfora de las fracturas que podemos tener en nuestra vida, explicando cómo, restaurando pedacito a pedacito se compone una pieza única mucho más bonita que algo nuevo y perfecto.
Me ha dado por pensar que tengo un grupo de amigos con los que bien podríamos formar un jarrón restaurado con esta técnica. Porque todos o casi todos tienen alguna que otra grieta que los ha hecho sufrir, grietas latentes que los rompen, pero también desprenden ese polvo de oro necesario para unir las piezas, un afán de superación y alegría que bien podría ser el barniz que las une. Y quizás eso es lo que ha hecho que formemos un precioso jarrón que se aleja de las manufacturas en serie. Es único, es también volátil y muy delicado; se acaban de pegar las piezas y pueden saltar por los aires en cualquier momento pero, mientras dure, que bonito es contemplarlo.