Asesina

Mi familia, básicamente mi madre y mis hermanos, se ríen de mí porque hablo mucho de muerte en este blog. A mí me sienta bien, porque en realidad yo escribo de muerte con naturalidad y no le tengo miedo. Le tengo miedo al dolor, eso sí. Y porque como escritora, y sólo como escritora, me interesa la muerte y sus procesos; como algo creativo.

También me gusta ironizar, y darle un toque de humor cuando procede porque sí, es verdad, sueño mucho con la muerte. Y últimamente la provoco yo… y no, no estoy enfadada con nadie. Esta noche he soñado que le he pegado un tiro en la cabeza a Paco León y a Laura Linney mientras los dos estaban haciendo ejercicio en una bicicleta estática. Tenían la cabeza metida en una especie de nevera, lo que me daba la oportunidad de silenciar los disparos. Un amortiguador de ruido en forma de nevera pequeña. He pensado mucho sobre esto y no logro entender lo del frío y el silencio, pero en mi sueño también me daba la oportunidad de bajar la temperatura y ahorrarme el derramamiento de sangre. Cabezas congeladas, genial.

Eso sí, hay que deshacerse de los cuerpos y le pido a mi hermano pequeño que me ayude a descuartizar los cuerpos, porque pegar un tiro limpio sí, pero paaassso de ponerme a pegar hachazos. Y mi hermano me ayuda pero tenemos que deshacernos de varias bolsas muy mal organizadas. En el proceso, bolsas en mano, pasamos por un Mcdonald´s y se nos empiezan a desmontar. Yo intento disimular para que nadie vea el contenido de nuestros paquetitos mientras le echo la bronca a mi hermano por la poca profesionalidad.

Y nada, hoy no comeré hamburguesa, os lo puedo asegurar.


Kintsugi

He tardado en darme cuenta esta mañana que las manos no las tenía manchadas de verdad de pintura y restos de polvo de oro. He estado toda la noche realizando una manualidad muy delicada y juraría, al despertarme, que todavía podía oler el barniz.

Esta noche en mi sueño he estado restaurando un jarrón de cerámica con una técnica muy especial, el kintsugi. Es una técnica de origen japonés para arreglar fracturas de la cerámica dando lugar a piezas preciosas. Se utiliza el kintsugi como una metáfora de las fracturas que podemos tener en nuestra vida, explicando cómo, restaurando pedacito a pedacito se compone una pieza única mucho más bonita que algo nuevo y perfecto.

Me ha dado por pensar que tengo un grupo de amigos con los que bien podríamos formar un jarrón restaurado con esta técnica. Porque todos o casi todos tienen alguna que otra grieta que los ha hecho sufrir, grietas latentes que los rompen, pero también desprenden ese polvo de oro necesario para unir las piezas, un afán de superación y alegría que bien podría ser el barniz que las une. Y quizás eso es lo que ha hecho que formemos un precioso jarrón que se aleja de las manufacturas en serie. Es único, es también volátil y muy delicado; se acaban de pegar las piezas y pueden saltar por los aires en cualquier momento pero, mientras dure, que bonito es contemplarlo.


Recuerdos III

Cuando era pequeña estuve varios meses viviendo en Granada; en 3º de EGB. Para haber pasado allí tantos meses, en casa de mi abuela, no recuerdo tantas cosas como me gustaría. Como he vuelto a ir en incontables ocasiones, mezclo recuerdos. Pero estuve un tiempo yendo al colegio de mis primas, me integré bastante poco con mi clase, mi cuaderno de matemáticas era un auténtico desastre lleno de garabatos y la profesora, de mates también, un encanto. Mi prima Carolina iba a verme al recreo y a veces me invitaba a un Bollicao. Hacía dibujos en unos papelitos de Hello Kitty que todavía conservo.

Anoche soñé que estaba allí, en el patio del colegio, con nueve años, la edad que tiene ahora mi hijo pequeño. He pasado mucho frío pero me han invitado a un Bollicao (ahora la crema de chocolate sabe fatal) y a quicos. Todavía los puedo oler. Y me he pasado la noche buscando el cuaderno de matemáticas; para no recordar muchas cosas me he recorrido el colegio de una punta a otra. Me pregunto si es, o era, igual que lo recuerdo. Sólo estuve unos meses, ni siquiera un curso completo. El cuaderno no ha aparecido, por más esfuerzos que he hecho. Se me da bien moverme por pasillos y laberintos en mis sueños, pero no encontrar cosas.

Dentro de poco es mi cumpleaños, regaladme un cuaderno.


La bendita manía de contar


Para pensar que García Márquez es algo soberbio lo nombro mucho. He analizado sus crónicas (periodismo literario, qué está permitido y qué no) y en esta ocasión le cojo prestado el título de uno de sus libros. Porque anoche me acosté pensando, ¿es que todo lo tengo que contar?

A veces me gustaría ser más reservada, no tener esa necesidad imperiosa de explicarme con todo ser viviente con el que me cruzo. Y me he dado cuenta de que mi vocación de escriba se ha colado, o siempre estuvo ahí, en los rasgos de mi carácter. Y lo que yo creía que iba en paralelo, profesión y manera de ser, viven fusionados desde siempre, desde antes de que esa bendita manía de contar se convirtiera en profesión, cuando la plasmaba en folios y libretas con letra redonda y la “a” romana.

Por eso si mi hijo de nueve años me hace preguntas más propias de un catedrático de Teología yo, mientras pienso en responder, estoy a la vez dándole forma de narración a su planteamiento y decidiendo si lo cuento a través de un relato, artículo o simplemente una corta reflexión en mi cuenta de Instagram. Al final se respondió él sólo: “Dios existe porque la fe de lo creyentes lo convierte en realidad y no al revés”. Nueve años, señoras y señores.

A veces esa bendita manía hace que me aburra de escucharme, o leerme. Últimamente leo reflexiones de buenos periodistas y literatos sobre el abuso del YO en los textos escritos, léase prensa y literatura. Entonces me entra inseguridad; pero si yo escribo sobre mí o lo que me ocurre casi todo el tiempo. Vaya con la soberbia.

Ya sé que suena a justificación pero cuando escribo siempre pienso en los demás, en que a los pocos lectores a los que pueda llegar se sientan identificados con lo que planteo, si acaso descubran algo que identifiquen como propio y no sabían cómo contar. A mí me molestan los textos en los que se abusan de citas de otros y me aguanto. ¿Es que no tenéis ideas propias?

Me voy a perdonar (siempre con lo mismo) por ser tan expresiva, si fuera más reservada y/o discreta lo mismo no escribiría. Y cuando uno escribe quiere que lean, coño*, que le lean.

*Mamá, sé que no te gusta que ponga palabrotas en mis textos, pero “albricias” no quedaba bien.


Un verano como otro cualquiera en el primer mundo (con la superficialidad de quien reflexiona sin argumentos y escribe como espectadora de su propio verano)


Dentro de una semana dejo mi lugar de vacaciones para volver a casa y toca hace balance; como dice mi marido soy muy analítica y tengo la necesidad de hacer estas cosas. Pero si no fuera así, ¿quién iba a escribir este blog? Me he despertado queriendo hacer una lista de las cosas buenas vividas porque en términos generales no ha sido un buen verano. Y he aquí que al plantearme lo que es un buen o mal verano me encuentro escribiendo este post.

Porque, ¿qué significa un mal verano aquí en el primer mundo cuando puedes hacer una lista de buenos momentos que seguramente supere a los malos? Un mal verano para mí es sinónimo de no poder desconectar. No me refiero a desconectar del trabajo, porque de hecho es una época del año en la que trabajo casi más. Se trata de encontrar la tan ansiada paz mental que la vorágine de los fines de curso te roba. Hayas pasado el año que hayas pasado, uno llega al mes de julio agotado… en el primer mundo.

Parece que en verano las inquietudes que uno arrastra desaparecen, que no los sucesos, esos parece que se lucen en estos meses. Pero este año los adolescentes han sido más adolescentes, los abuelos más abuelos, los pequeños más dependientes y los que estamos en medio (o sea yo) estábamos menos preparados para afrontarlo. Algunos sucesos de este curso me han dejado tan cansada que cuando he querido coger aire he vuelto a perder mi centro de gravedad.

Por eso escribo y por eso hago listas, para recuperarlo. Y al final este verano se parece al de todos y cada uno de nosotros, los vecinos del primer mundo, con nuestras excursiones al mar, las siestas largas o las cantidades ingeridas de cerveza, indecentes. Y también me acuerdo de una amiga que se ha roto una pierna y podrá decir con seguridad: “El verano del 2023 fue un mal verano”. Y otra querida amiga que ha sufrido un derrame cerebral y también recordará este preciso verano; aunque conociéndola seguro que podría hacer una lista de buenos momentos más larga que la mía.

Lo primero que se me viene a la cabeza es la noche que miramos estrellas metidos en sacos de dormir mi madre, mi hijo pequeño y yo. Las charlas con mi madre en la terraza, el permitirme encontrarme mal. Un té marroquí en la playa, haber recuperado la capacidad de llorar. Leer hasta las dos de la mañana sin poder parar, y el café a primera hora sola, antes de que nadie amanezca. Un concierto y muchas risas, dos fiestas y muchos bailes, más risas con buenos amigos, este año más calidad que cantidad, vestir con colores cada vez más flúor, y nadar, nadar como si no hubiera un mañana con mi marido todos los días en el mar. Nadar rodeada de peces, siempre, y adentrarme en las profundidades siendo bastante temeraria.

Observo mi verano desde la perspectiva del primer mundo porque he ido recibiendo algunas reflexiones del maravilloso y jovencísimo profesor de mi hijo, que lleva todo el verano haciendo voluntariado lejos, muy lejos. Me pregunto qué escribiría él al respecto del título tan larguísimo de este post, cambiando “primer” por “tercer” y quitando, imagino, lo de “superficialidad” y añadiendo sólidos argumentos.


Subconsciente II

Soy metódica, lo sabéis, y en lo que a títulos se refiere, me ha sorprendido que sólo haya dos en este blog llamados “Subconsciente” como tales, con la de veces que hablo de él. Pero es así, por lo tanto al título lo que es del título; número 2.

Dicho lo cual, la serpiente (mi subconsciente) está bastante revuelta, hasta me ha llegado a morder. Es una ingrata con la libertad que le doy, pero ella quiere más, quiere salir, quiere que me la tatúe en la piel, quiere ser yo, y me ha mordido en el hombro izquierdo porque yo necesito tiempo para dejarla salir.

¿Quién si no velará mis sueños? ¿A quién acudo cuando quiera viajar lejos? Necesito tenerla a mi lado recorriendo mi cerebro. Entiendo que a veces se aburra, algún día la dejaré salir un rato. Peligro inminente, preparaos entonces.