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Asesina

Mi familia, básicamente mi madre y mis hermanos, se ríen de mí porque hablo mucho de muerte en este blog. A mí me sienta bien, porque en realidad yo escribo de muerte con naturalidad y no le tengo miedo. Le tengo miedo al dolor, eso sí. Y porque como escritora, y sólo como escritora, me interesa la muerte y sus procesos; como algo creativo.

También me gusta ironizar, y darle un toque de humor cuando procede porque sí, es verdad, sueño mucho con la muerte. Y últimamente la provoco yo… y no, no estoy enfadada con nadie. Esta noche he soñado que le he pegado un tiro en la cabeza a Paco León y a Laura Linney mientras los dos estaban haciendo ejercicio en una bicicleta estática. Tenían la cabeza metida en una especie de nevera, lo que me daba la oportunidad de silenciar los disparos. Un amortiguador de ruido en forma de nevera pequeña. He pensado mucho sobre esto y no logro entender lo del frío y el silencio, pero en mi sueño también me daba la oportunidad de bajar la temperatura y ahorrarme el derramamiento de sangre. Cabezas congeladas, genial.

Eso sí, hay que deshacerse de los cuerpos y le pido a mi hermano pequeño que me ayude a descuartizar los cuerpos, porque pegar un tiro limpio sí, pero paaassso de ponerme a pegar hachazos. Y mi hermano me ayuda pero tenemos que deshacernos de varias bolsas muy mal organizadas. En el proceso, bolsas en mano, pasamos por un Mcdonald´s y se nos empiezan a desmontar. Yo intento disimular para que nadie vea el contenido de nuestros paquetitos mientras le echo la bronca a mi hermano por la poca profesionalidad.

Y nada, hoy no comeré hamburguesa, os lo puedo asegurar.


Calma

Hoy mi calma ha llegado en forma de camiseta blanca.

Mi marido, que padece insomnio, me pregunta últimamente cómo es mi proceso de sueño. Porque yo duermo taaan bien. ¿No te desvelas? ¿No tienes conversaciones en bucle? Pocas veces, porque mi serpiente va en busca de la calma allá donde sueñe. Y pese a tener pesadillas o presenciar asesinatos, la sangre que aparece en mis sueños es densa, es calma.

Y hoy he sido muy consciente de esa paz. Hoy me encontraba entre un grupo de personas algo nerviosa hasta que ha aparecido alguien con una camiseta blanca. Me ha cogido la mano, me he acomodado en su pecho y me he relajado como si estuviera apoyada en una almohada. Entonces me ha dicho una frase preciosa sobre el amor; tenía que ver con el vértigo que produce confiar en alguien ciegamente, pero no consigo acordarme de las palabras exactas. El resto de la noche he estado intentando recordar. Nada. Por lo menos me queda el recuerdo de la calma.

Los viernes suelo trabajar escuchando música. Cuando he descubierto esta canción me ha parecido que podría haber sonado en mi sueño de hoy. Siempre hay una canción para explicar algo.


El 11 del 11

Tengo un grupo de amigos que son un tesoro. Nos conocemos desde hace más de veinte años y hemos pasado muchos momentos de nuestras vidas juntos. Bodas, niños, enfermedades e incluso divorcios.

Muchas juergas y muchas risas. Los quiero, les tengo absoluta devoción. Una vez al año, el 11 del 11, nos vamos todos juntos de viaje (sin niños), y a finales de febrero nos reunimos con nuestros hijos (una «jartá» de niños y adolescentes).

Pero esta noche nos hemos matado… literalmente. No puedo ver series de asesinatos; nos hemos embarcado en charcos de sangre, golpes, puñaladas. Yo sobre todo he estado limpiando escenas del crimen para no calentar el ambiente, pero ni por esas. En un cuarto de baño, una que no voy a nombrar, ha estampado contra un espejo a su ex. Como una ninja con coreografía y todo, lo ha levantado por los aires y… ¡bimba!

También recuerdo guardar sin descanso sudaderas llenas de sangre, conforme lo estoy escribiendo entiendo lo de las sudaderas… ¿por qué tantas? Eso queda entre nosotros. Recuerdo muchas carreras también, agotador, y esquivar cuchilladas; no me puede dar más grima pensar en cuchillos y rajas en el cuello.

Yo si me dedicara a esto, con pistolas. Y puñetazos.

Bueno, ya me podéis dar por loca, gracias: «Porque tengo la culpaaaa, porque la culpa es mía, porque la fatiguita que tú has pasao no la merecías».


Los pingüinos son los nuevos tiburones

penguin

Vuelvo a soñar con un cambio de casa; esta noche me he trasladado a una casa al borde del mar. Tan al borde que una cristalera de mi dormitorio está incrustada en unas rocas de la orilla. Los de la ley de costas me crujen.

Imaginaos, amanecer así. Da incluso vértigo, aunque yo acabaré sumergiéndome en el mar. Una escena bucólica es la que he vivido con un pijama y una bata de seda ideales (esto es porque me estoy quedando sin opciones en la cuarentena, seguro), y una taza de café humeante, mirando a las rocas y el mar.

¡Pero si aparecen incluso pingüinos! ¿No es alucinante? Hasta que se han ido acercando a la cristalera-puerta-ventana y han comenzado a intentar romperla con sus picos. Empieza a resquebrajarse, los picos sangrantes y yo, hipnotizada sin poder alejarme de allí. Poco os voy a contar, pero la bata de seda se tiñe de rojo.

No subestiméis el encanto de los pingüinos.


De hospitales y hombres

robert

A veces tengo sueños ciertamente violentos. Lejos de asustarme los disfruto. De esa manera supongo que mantengo la vena psicópata a raya mientras mi subconsciente da rienda suelta a sus necesidades. Que no son las mías, para nada, soy muy pacífica y no me gusta la violencia.

El sueño de esta noche ha tenido lugar en un hospital. Hemos ido (algunas personas que no sé identificar, mis colegas, y yo) a visitar al marido de una amiga. Mi amiga real, ella sabe quién. Su marido, ficticio, una mezcla entre el cantante Javier Álvarez y el actor Robert Sheehan. Ella muy contenta, pizpireta y feliz. Él nos ha intentado envenenar.

¿Qué por qué está ingresado? Ni idea. Pero entre mis colegas y yo le hemos dado una paliza espectacular. Un cuarto vacío, azulejos llenos de agua y sangre, sus manos colgadas del techo… y nosotros dando, dando, dando. A cámara lenta, en gravedad, los puños doloridos.

Segunda visita al hospital; él en la cama amoratado, lleno de cortes… ella parece no enterarse de nada, nos recibe como si tal cosa. Allá vamos.

Segunda paliza, sangre y agua, azulejos. A cámara lenta. Suena de fondo Radiohead.

 

 


Madrid

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No sé por qué vuelves siempre Madrid a mí. Deberías mantenerte lejos, exactamente a la distancia en kilómetros que nos separan. Pero te cuelas en mis sueños y tus calles, dulcificadas por mi subconsciente, aparecen como fotografías repetidas.

Tengo sueños recurrentes, ya lo he comentado más de una vez, pero son recurrentes algunas temáticas, sensaciones, elementos como el agua, la sangre, el color azul Francia. Nunca se repiten escenas o fotografías, menos cuando sueño con Madrid. Madrid es un sueño que se repite.

Y hay dos lugares que vienen a visitarme para recordarme que Madrid ya no me pertenece. En realidad no existen; o son una versión alterada de lugares que sí existen. A veces observo el principio de Paseo de La Habana, a lo lejos, y lo que observo es un bulevar, pero acristalado. Todo es puro cristal, y puedo ver a través de él. No me muevo.

Otras veces estoy en Gran Vía y subo a un escarpado campanario de alguna Iglesia, no recuerdo que haya nada parecido por allí. A veces es una Iglesia, otras un castillo, pero sé que accedo por Gran Vía y que subo por una escalera de piedra; por algunos recovecos se cuela una hiedra.

Cristales y piedra. Y tú ya no me perteneces y yo quiero pisarte de nuevo.