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Padam

Ayer me confirmó mi ginecólogo que llegó la menopausia. Yo ya lo sabía, como podéis imaginar, ha llegado antes de tiempo, pero fue confirmación oficial seguida de una serie de explicaciones biológicas que me dieron un poco de bajón.

La realidad es la realidad, los síntomas (no muchos tengo que decir), las analíticas, y ciertos detalles que no vienen al caso. Quien lo esté viviendo lo sabe.

Y ha llegado el viernes, y me he acordado de que tocaba compartir con algunas amigas, como hago cada viernes, una canción. Me encanta hacerlo, cada viernes, descubrirles música, compartir emociones, recordarnos que es viernes y como dice una de ellas, “el cuerpo lo sabe”. Y con el run run de la menopausia y sus efectos me he acordado de mi querida Kyle Minogue, que tiene unos cuantos años más que yo y que no sólo está estupenda si no que tiene temazo para compartir hoy con mis amigas.

Así que en vez de enlace hoy convierto el viernes musical en artículo de Sueños “disparate”. Porque es maravillosa, porque lanza una canción sobre seducción sin hablar de culos, botellas o droga de por medio como mis “queridos reggetonero/as”. Porque tiene el buen gusto de hablar de sexo aludiendo a los latidos del corazón… “padam padam”.

Y a mí me late el corazón fuerte; voy a celebrarlo, a agradecerlo, a disfrutarlo. Me encanta llevarme las manos al corazón y sentir los latidos.


La bendita manía de contar


Para pensar que García Márquez es algo soberbio lo nombro mucho. He analizado sus crónicas (periodismo literario, qué está permitido y qué no) y en esta ocasión le cojo prestado el título de uno de sus libros. Porque anoche me acosté pensando, ¿es que todo lo tengo que contar?

A veces me gustaría ser más reservada, no tener esa necesidad imperiosa de explicarme con todo ser viviente con el que me cruzo. Y me he dado cuenta de que mi vocación de escriba se ha colado, o siempre estuvo ahí, en los rasgos de mi carácter. Y lo que yo creía que iba en paralelo, profesión y manera de ser, viven fusionados desde siempre, desde antes de que esa bendita manía de contar se convirtiera en profesión, cuando la plasmaba en folios y libretas con letra redonda y la “a” romana.

Por eso si mi hijo de nueve años me hace preguntas más propias de un catedrático de Teología yo, mientras pienso en responder, estoy a la vez dándole forma de narración a su planteamiento y decidiendo si lo cuento a través de un relato, artículo o simplemente una corta reflexión en mi cuenta de Instagram. Al final se respondió él sólo: “Dios existe porque la fe de lo creyentes lo convierte en realidad y no al revés”. Nueve años, señoras y señores.

A veces esa bendita manía hace que me aburra de escucharme, o leerme. Últimamente leo reflexiones de buenos periodistas y literatos sobre el abuso del YO en los textos escritos, léase prensa y literatura. Entonces me entra inseguridad; pero si yo escribo sobre mí o lo que me ocurre casi todo el tiempo. Vaya con la soberbia.

Ya sé que suena a justificación pero cuando escribo siempre pienso en los demás, en que a los pocos lectores a los que pueda llegar se sientan identificados con lo que planteo, si acaso descubran algo que identifiquen como propio y no sabían cómo contar. A mí me molestan los textos en los que se abusan de citas de otros y me aguanto. ¿Es que no tenéis ideas propias?

Me voy a perdonar (siempre con lo mismo) por ser tan expresiva, si fuera más reservada y/o discreta lo mismo no escribiría. Y cuando uno escribe quiere que lean, coño*, que le lean.

*Mamá, sé que no te gusta que ponga palabrotas en mis textos, pero “albricias” no quedaba bien.


Un verano como otro cualquiera en el primer mundo (con la superficialidad de quien reflexiona sin argumentos y escribe como espectadora de su propio verano)


Dentro de una semana dejo mi lugar de vacaciones para volver a casa y toca hace balance; como dice mi marido soy muy analítica y tengo la necesidad de hacer estas cosas. Pero si no fuera así, ¿quién iba a escribir este blog? Me he despertado queriendo hacer una lista de las cosas buenas vividas porque en términos generales no ha sido un buen verano. Y he aquí que al plantearme lo que es un buen o mal verano me encuentro escribiendo este post.

Porque, ¿qué significa un mal verano aquí en el primer mundo cuando puedes hacer una lista de buenos momentos que seguramente supere a los malos? Un mal verano para mí es sinónimo de no poder desconectar. No me refiero a desconectar del trabajo, porque de hecho es una época del año en la que trabajo casi más. Se trata de encontrar la tan ansiada paz mental que la vorágine de los fines de curso te roba. Hayas pasado el año que hayas pasado, uno llega al mes de julio agotado… en el primer mundo.

Parece que en verano las inquietudes que uno arrastra desaparecen, que no los sucesos, esos parece que se lucen en estos meses. Pero este año los adolescentes han sido más adolescentes, los abuelos más abuelos, los pequeños más dependientes y los que estamos en medio (o sea yo) estábamos menos preparados para afrontarlo. Algunos sucesos de este curso me han dejado tan cansada que cuando he querido coger aire he vuelto a perder mi centro de gravedad.

Por eso escribo y por eso hago listas, para recuperarlo. Y al final este verano se parece al de todos y cada uno de nosotros, los vecinos del primer mundo, con nuestras excursiones al mar, las siestas largas o las cantidades ingeridas de cerveza, indecentes. Y también me acuerdo de una amiga que se ha roto una pierna y podrá decir con seguridad: “El verano del 2023 fue un mal verano”. Y otra querida amiga que ha sufrido un derrame cerebral y también recordará este preciso verano; aunque conociéndola seguro que podría hacer una lista de buenos momentos más larga que la mía.

Lo primero que se me viene a la cabeza es la noche que miramos estrellas metidos en sacos de dormir mi madre, mi hijo pequeño y yo. Las charlas con mi madre en la terraza, el permitirme encontrarme mal. Un té marroquí en la playa, haber recuperado la capacidad de llorar. Leer hasta las dos de la mañana sin poder parar, y el café a primera hora sola, antes de que nadie amanezca. Un concierto y muchas risas, dos fiestas y muchos bailes, más risas con buenos amigos, este año más calidad que cantidad, vestir con colores cada vez más flúor, y nadar, nadar como si no hubiera un mañana con mi marido todos los días en el mar. Nadar rodeada de peces, siempre, y adentrarme en las profundidades siendo bastante temeraria.

Observo mi verano desde la perspectiva del primer mundo porque he ido recibiendo algunas reflexiones del maravilloso y jovencísimo profesor de mi hijo, que lleva todo el verano haciendo voluntariado lejos, muy lejos. Me pregunto qué escribiría él al respecto del título tan larguísimo de este post, cambiando “primer” por “tercer” y quitando, imagino, lo de “superficialidad” y añadiendo sólidos argumentos.


MÚSICA Y MATERNIDAD

Volver a escuchar hoy Siempre me quedará de Bebe me ha hecho pensar en el vínculo que me une a mis hijos. En momentos de desencuentro, muchos, momentos en que la cuerda de la que ya os he hablado en otras ocasiones se tensa hasta casi romperse, la música nos mantiene unidos de alguna manera. 

Porque hoy hemos cogido un CD de Bebe y lo hemos escuchado en el coche porque Martina, que ahora tiene 14 años, y Javier, de ocho, me lo han pedido. Y me pregunto cuántos niños de su edad conocen el disco Pá Fuera Telarañas, que es de 2004. Mis hijos conocen música que los niños de su generación no han escuchado jamás… aunque ahora Tik Tok «relanza» hits de los ochenta y noventa. 

Lola y yo hablamos poco, pero en su clase de Antropología han estado analizando Losing my Religion (R.E.M) y Ojalá de Silvio Rodríguez y me envió vídeos de esos momentos. Ella tarareaba porque se las sabe de memoria desde que yo se las ponía de pequeñas y les contaba la historia de cada una de ellas. No todos sus compañeros de facultad las conocían. Por cierto que antes de irse a la Universidad quiso llevarse mi CD de Paolo Nutini… ah, no, ése me lo he quedado yo. 

También escuchar canciones que me descubren ellas acorta la distancia que ahora nos separa; como cuando escucho Yes I’m Changing (Time Impala). Lola en estado puro. 

Y ese Malo, de Bebe también; la canta Martina a viva voz, porque se indigna con el maltrato. Tiene alma de luchadora, aunque si lee este artículo lo negará. Pero a través de la música hablamos lo que no nos decimos en nuestras conversaciones, que ahora son torpes, interrumpidas, de reproches… o silencios. La lista es interminable, Javier alucinó la primera vez que escuchó el adagio del Invierno de Vivaldi o canciones de Pink Martini. Pero también buscamos el reírnos con cualquier locura de Justin Quiles o J Balvin, por qué no. 

En casa, además de palabras, nos inunda la música, y eso es herencia de mi madre, que cuando éramos pequeños nos descubría música de los cincuenta y sesenta que nadie conocía. Cada vez que escucho Ma vie (Alain Barrière) me acuerdo de ella. 

Hoy me ha venido bien recordar: «El tiempo todo calma, la tempestad y la calma». 

P. D. No hago enlaces de las canciones, para que vosotros elijáis, si queréis, el formato de reproducción de cada cual.


Bienvenidas al tópico

Iba a escribir este artículo en tono de queja, con cierta nostalgia, con enfado incluso, pero me he dado cuenta de que iba a caer más en el tópico en el que me siento atrapada así que vamos a darle un toque de humor.

¿Tienes cuarenta y tantos? ¿Eres mujer, profesional (con sensación de medio en ciernes siempre)? ¿Llevas días suspirando, corriendo (estamos en diciembre) y te duele el corazón? ¿Estás triste y frustrada porque no sabes llevar la adolescencia de tus hijos? ¿Te falta un minuto para hablarle a tu marido de usted? ¿Y aún así dices que estás en tu mejor momento? Bienvenida al tópico. Como me dice la simpática de mi hija, eres la típica mujer blanca privilegiada de clase media. Es que ella se cree que ha pasado media vida en Harlem y habla en esos términos. En el Harlem norte se ha criado, ancá la Quinn.

Si queréis sigo, a ver si os creíais originales. Porque yo me he creído muy innovadora por dejar de comer pan, comprar pasta integral, practicar yoga, agujerearme la oreja hasta dejarla sin espacio, hablar de sofocos sin tapujos, y tener menos tapujos con el sexo, faltaría más. Pero vamos, de poco me sirve porque entre la falta de tiempo, los niños que no se han dormido, el cansancio… ¿os suena? Bienvenidas. Menos mal que me quedan algunos momentos en soledad, y las conversaciones entre amigas en las que creemos que hemos descubierto América. Vamos tarde, pero y lo que nos reímos.

En fin, que yo a mi marido lo quiero seguir tuteando. Tendremos que irnos de vacaciones, pero ¿cuándo?

¿Os definís como incrédulas? Pues haced el ejercicio de ver cuántas veces habéis compartido una reflexión súper profunda que habéis leído en redes. Los incrédulos más crédulos de la historia, y esta reflexión ni siquiera es mía; se la escuché hace unos días a un prestigioso periodista.

De salud ni hablamos; pinzamiento en el cuello, premenopausia, psicólogo, tu dentista es ya tu amiga, fisio, droguita, insomnio. Meto el insomnio porque toca, yo aquí ves, no, duermo como un bebé. Para enero ya tengo cita con el cardiólogo y con el endocrino. Pero creo que le voy a hacer caso a mi madre e irme un par de días a su casa a que me pongan todo por delante, y seguro que no necesito tanto especialista. ¿Os suena? Bienvenidas.

Estamos en nuestro mejor momento pero somos incapaces de dejarnos llevar, que si no, ¿quién nos lleva a nosotras? Nadie, faltaría más, que tenemos que ser fuertes e independientes. Ya este artículo de por sí es un topizaco como una casa. Seguro que googleo y encuentro varios del mismo corte. Y series, películas, libros que hablan de lo mismo. Y menos mal. Las vemos, leemos, nos sentimos identificadas y nos damos media vuelta para decirle a los niños que como no hagan la cama se la van a cargar. Y te empieza otra vez a doler el cuello.

Contradicciones: Apago el móvil a las nueve de la noche, los aparatos electrónicos los aparco en la entrada todos los días a esa hora, pero hoy se me ha enfriado el café comprobando cuántas personas han visto mi historia en Instagram. Miro con condescendencia a los crédulos, pero envidio soberanamente a las personas que viven con fe. Voy de progre (también en ciernes), pero ay de quien me saque los pies del tiesto. Me creo liberada, pero vivo acongojada.

¿Habéis empezado a hablar de algoritmos sin parar? Bienvenidas, porque esa es otra. Ahora hablo por mí cuando os cuento lo que me apasiona mi trabajo como comunicadora en redes sociales y la necesidad de desconexión que albergo. En eso sí, intento huir de fuegos artificiales en redes y centrarme en la comunicación; así se lo explico a mis clientes y lo llevo por bandera. Pero es muy difícil encontrar el equilibrio entre la desconexión y la necesidad de hacer bien tu trabajo. De hecho, si quiero que me leáis, tendré que volcar este artículo en el blog, compartirlo por facebook, linkedin, twitter. Y a ver si se portan bien los algoritmos.

Vamos al final de este artículo en el que comencé diciendo que iba a tener un tono de humor y se desprende un poco de queja. Todo escrito tiene su estructura. Yo podría terminar de cuatro maneras:

  1. Le doy la vuelta a lo anteriormente expuesto y comento lo privilegiada que soy (al final mi hija va a tener razón de tanto ver TikTok).
  2. Planteo dos peguntas: ¿Por qué no somos capaces de ver lo privilegiados que somos y salir de esta rueda de reproches? ¿Por qué nos falta valentía o empuje para cambiar la situación o simplemente disfrutamos de ella?
  3. Os cuento que como siempre para mí escribir es terapéutico, suerte que tengo, que os vaya andando.
  4. Os dejo varios finales y elegís el que más os convenga.


Maternidad (o verano, o conspiranoias varias)

Existe un verano de avísame si bajas a la playa, ¿dónde estás?, que tus amigas ya han vuelto, se te ha caído un mechero del bolso. Y un verano de ausencia total, que me gusta estar sola. También largas sesiones de lectura; yo me hago la ofendida si me coges mis libros pero en realidad es lo que quiero.

También existe un verano de te busco pero para fruncir el ceño, pero quiero que me ayudes a hacer pulseras y paso las horas muertas pintando, diseñando agendas, aprendiendo a pintar al óleo y estoy metida en todas las conversaciones de los mayores, opinando, pero es que me gusta estar rodeada de todos vosotros.

Y existe el verano de bucear, quedarse dormido en brazos de mamá mirando estrellas, y cogiendo cochinillas, y cangrejos y saltamontes. ¿Verdad, mamá, verdad? Lo voy a consultar en mi enciclopedia de animales.

Tengo niños de edades muy diferenciadas, y tengo varios veranos, y varias maneras de vivir la maternidad. Y espero que todo siga adelante de manera natural; al final me acabaré fumando el cigarro con la independiente mientras esperamos a que llegue de juerga (ya va tarde) el de los saltamontes. Ojalá.

Y la vida se repite y pese a los lobbies y los miedo a quiénes quieren cambiar el orden mundial (nada nuevo bajo el Sol, tengamos perspectiva), y los chips inteligentes, y las guerras y las pandemias, siempre estará el atractivo por lo prohibido y los cangrejos.

Y los padres, allí estaremos.